Si no te sale ardiendo de dentro, a pesar de todo, no lo hagas. A no ser que salga espontáneamente de tu corazón y de tu mente y de tu boca y de tus tripas, no lo hagas. Si tienes que sentarte durante horas con la mirada fija en la pantalla del ordenador ó clavado en tu máquina de escribir buscando las palabras, no lo hagas. Si lo haces por dinero o fama, no lo hagas. Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama, no lo hagas. Si tienes que sentarte y reescribirlo una y otra vez, no lo hagas. Si te cansa sólo pensar en hacerlo, no lo hagas. Si estás intentando escribir como cualquier otro, olvídalo.
Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti, espera pacientemente. Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.
Si primero tienes que leerlo a tu esposa ó a tu novia ó a tu novio ó a tus padres ó a cualquiera, no estás preparado.
No seas como tantos escritores, no seas como tantos miles de personas que se llaman a sí mismos escritores, no seas soso y aburrido y pretencioso, no te consumas en tu amor propio. Las bibliotecas del mundo bostezan hasta dormirse con esa gente. No seas uno de ellos. No lo hagas. A no ser que salga de tu alma como un cohete, a no ser que quedarte quieto pudiera llevarte a la locura, al suicidio o al asesinato, no lo hagas. A no ser que el sol dentro de ti esté quemando tus tripas, no lo hagas. Cuando sea verdaderamente el momento, y si has sido elegido, sucederá por sí solo y seguirá sucediendo hasta que mueras ó hasta que muera en ti. No hay otro camino. Y nunca lo hubo.
1. Que se crea la ninfa de las ninfas y la diadema de las diademas, Afrodita y Atenea juntas, tan dotada como Rachel Welch y tan superdotada como Madame Curie. Que considere que hasta sus pedos huelen a tomillo, sus legañas a albahaca y sus estornudos a madreselva. Que no dude en celebrarse como el ejemplar más extraordinario que pisa la tierra. Que para llegar a estas conclusiones le haya bastado con su propia opinión.
2. Que sea bella y sepa utilizarlo, que allá donde acuda funde Fascinaciones SA, que vaya por las calles cometiendo belleza. Que hasta cuando camine por el suelo se note que sólo se está posando (se le notan demasiado las alas).
3. Que tenga una parte de mariposa y dos de escorpión, tres gotas de monja y siete de puta, algo de primera de la clase y otro poco de niña que se levanta la falda a cambio de una piruleta.
4. Que no se preocupe por darme amor sino por crearme adicción, por darme cariño sino dependencia, por darme sosiego sino necesidad. Que adivine que sólo me enamoro de lo que me destruye, sólo escribo de lo que me daña, sólo poemo de lo que no soy capaz de resolver.
5. Que comprenda de inmediato que necesito ser dominado. Que me ordene: “Aléjate de Mengano, es un trepa; confía en Fulano, es buena persona; huye de Zutano, te dará problemas”. Que organice mi vida. Que vaya ocupando mis territorios. Que nunca me pida permiso. Que no permita que los demás hagan lo mismo que ella hace conmigo.
6. Que me proporcione dolor y alegría en dosis suficientes como para inspirarme al menos los trescientos folios que me ha dado la Iratxe original, tamaño DIN A4, Times New Roman, cuerpo 12.
7. Que considere al 95% de los poetas de Madrid unos farsantes y unos escritores de palo y zanahoria. Que amenace con ponerse a escribir en cualquier momento para demostrar que es mejor que la mayoría de ellos. Que esto no lo diga en privado y en broma sino en público y muy en serio.
8. Que le guste todo lo que sea macho: lechugas macho, flautas macho, piedras macho, hombres macho. Que me diga con detalle y puntillismo qué les haría a los hombres que le gustan, con qué artes, en qué posturas.
9. Que se enfade mucho con mis jaleadores. Que entienda que la única con derecho a elogiarme es ella. Que nunca me elogie. Que, sin embargo, cada vez que me vea atacado o triste o rodeado de tigres, aparezca de repente como una amazona rubia y responda a mis atacadores, mate a los tigres, me quite la tristeza y me diga: “No olvides nunca que tú eres Batania y los demás no son Batania. Jamás estaría contigo si no fueras lo que yo sé que eres”.
10. Que le gusten el té y el vino, que su actor favorito sea Robert Redford o Robert Downing junior, que su película preferida sea Fiebre del Sábado Noche. Que tenga miedo a la muerte y a los perros grandes. Que no sea capaz de reconocer un error. Que los cometa a todas horas y con talla XXL, pero jamás los reconozca.
11. Que se mofe y sienta vergüenza de las poetas madrileñas que escriben versos de desamor cada vez que son abandonadas. Que para predicar con el ejemplo y no hallarse nunca en la misma tesitura sea ella la que deje a los hombres, la que los castigue, la que los humille, la que nos obligue a escribir esos poemas desesperados.
12. Que sólo utilice Google para teclear “Neorrabioso Iratxe”. Que le importe menos que la punta de un alfiler todo lo que escriba que no se refiera a ella. Que no le guste leerme sino leerse. Que se jacte: “Jamás podrás escribir sobre otra mujer como escribes sobre mí”.
13. Que tenga una manera incomparable de echarse el pelo hacia atrás o de hacerse una coleta mientras sostiene la goma con la boca. Que le gusten Camela, Queen, La Polla Records o Pablo Milanés. Que una de sus canciones favoritas sea “Tú eres único”, de Rocío Jurado. Que esa canción le recuerde siempre al hombre de su vida, quienquiera que sea durante esa semana.
14. Que no sea partidaria de las ideas moderadas y los puntos medios. Que considere a todos los cristianos malas personas, a todos los policías sinvergüenzas, a todos los patriotas ignorantes. Que opine que los contrarios al matrimonio homosexual deberían ser exterminados, ex-ter-mi-na-dos.
15. Que se vaya con otros hombres con mi autorización. Que vuelva a casa satisfecha y con olor a goma quemada. Que me cuente con pelos y señales las averías que ha causado esa noche (Este punto es difícil de creer, pero es que yo soy muy difícil de creer).
16. Que sea arrogante y vaya de única. Que proclame que jamás permitirá que la conozcan solamente por ser la mujer de Batania. Que ponga tanto empeño en dar la vuelta a la pirámide que al final logre convertirme en el pobre hombre que sale con Iratxe.
17. Que ante la belleza de otras mujeres, la inteligencia de otras mujeres, los estupendos poemas de otras mujeres, la también bondad y honradez y valía de otras mujeres, se limite a exclamar: “¡Bah!”
18. Que sea partidaria de practicar sexo sólo en lugares discretos y apropiados. Ejemplos: baños de zonas públicas, parques frecuentados, salidas de los bares... Que también le guste practicarlo en las autopistas, siempre que se circule a ciento sesenta por hora, o en las calles principales de cualquier ciudad española, siempre que sean las doce del mediodía, o en las plazas mayores, siempre que estén presentes cientos de ciudadanos con la revisión del oculista recién superada. Que llore después de hacer el amor (porque ha disfrutado o por la alegría de comprobar que no nos hemos matado ni nos han detenido).
19. Que se extasíe con el mito de Filemón y Baucis. Que me jure que moriremos juntos arrojándonos al vacío desde la cima del Teide, o tomando a la vez una de las dos mitades exactas de una pastilla de veneno, o poniendo nuestras cabezas unidas bajo una apisonadora del ayuntamiento. Que me haga creer eso durante diecisiete años y luego, cuando me abandone y le pregunte qué hay de aquello, me diga vamos, Alberto, sólo era una forma de hablar, no pensaba que fueras tan inocente.
20. Que se haga por su cuenta y riesgo y por cien euros un tatuaje en la espalda. Que en ese tatuaje ponga “Batania”. Que jure que no se lo va a borrar jamás, ni siquiera ahora que se ha librado de mí. Que ese tatuaje signifique “Déjame ser como soy”.
21. Que anime a Valentino Rossi, a Roger Federer o a Lewis Hamilton cada vez que se enfrentan a Jorge Lorenzo, Rafa Nadal o Fernando Alonso. Que prefiera lo nuestro universal a lo nuestro nacional. Que su novelista favorito sea Balzac y su novela favorita “Los miserables”. Que intente hacerme leer “Océano mar”. Que admire mi inteligencia. Que admire mi escritura. Que me admire.
22. Que finja indiferencia ante mis amigas, pero que aproveche cualquier ocasión para minusvalorarlas. Que me haga imitaciones de sus voces y tergiverse sus frases para demostrarme todo lo pijas e infantiles que a ella le gustaría que fueran.
23. Que se enfade mucho con “los demás”. Que llame “los demás” a todo el que le lleve la contraria. Que cada vez que esté triste y se sienta atacada quiera irse en solitario a una isla lejana (pero da igual, porque el tatuaje con mi nombre le persigue).
24. Que necesite hacerles saber a los tontos todo lo tontos que son. Que se obligue a llamar idiotas a los idiotas. Que no les permita vivir felices en la ignorancia, que se sienta llamada a sacarles del error.
25. Que sea buena persona. Que sea vanidosa, que le salgan pedacitos de Satán por la boca, pero que sea tan honrada, generosa y buena persona como la original (aunque es imposible).
26. Que decida abandonarme al de diecisiete años. Que no lo haga con avisos previos y elegancia, sino a quemarropa, sin vuelta atrás y a las 19:12 de una tarde cualquiera. Que al mostrarme desesperado durante los tres primeros días, me salte: “¡Alberto, supéralo de una vez, que ya han pasado 72 horas!”.
Se ruega a las candidatas acudan a la calle Despecho, rincón del Abandono, Nº 47, a la hora en que me vuelve la tristeza, para una comprobación detallada de los 26 puntos. Si alguna candidata duda de sus posibilidades es mejor que no acuda, lo digo de verdad, la original nunca tuvo dudas.
(Desgraciadamente no conozco al autor. Sólo sé que se llama Batania y escribe sobre mí. He recibido este texto de manos de un buen amigo, que quizá me confunda entre líneas con una tal Iratxe, o quizá tal vez, conozca al autor y la protagonista no se llame Iratxe, y quizá tenga cierto parecido a quien escribe, quizá, quizá, quizá. Sea como fuere, me conquista. Desde el punto 1 al 26).
Me he cortado el corazón.
Quise aplastar los recuerdos enlatados y tirarlos al contenedor amarillo, al de los envases usados, y al apretar tan fuerte, un recuerdo maldito me ha rajado en dos esta pasión.
Me he cortado el corazón.Y no deja de sangrar. He corrido a la cocina y con un paño lo he querido tapar, pero el corazón no es fácil de curar.
Ahora aprieto una tirita bien fuerte alrededor, para que el olvido achuche y desinfecte sin medida. De vez en cuando me descuido y respiro hondo el recuerdo de tu olor, al apretar el pecho, se me vuelve a abrir en dos el corazón. Y sangra, y sangra sin cesar este amor. Pero vuelvo a poner una tirita y al menos se calma el dolor. Mi madre dice que necesitaré varios puntos, yo no quiero ni los de aproximación. El corazón, se cura sólo, le respondo yo. Y ella, con su dulzura, me lame la herida, sabiendo que justo ahí, en el lado izquierdo, siempre tendré esa cicatriz. La que me causó el recuerdo de un amor.
Dice mi abuela que a los chicos le suelen gustar las chicas tímidas y poco atrevidas, sobre todo a un largo plazo. Será por eso que no he vuelto a saber de ti, ni del chico sin nombre; los dos habéis desaparecido con una chica que no escribe y que definís como alguien tranquilo sin más. Bueno... son guapas, claro está, no esperaba menos. Pero, y qué paso con las carreras hasta el portal dando codazos, las patadas al balón sin portería, los polvos en la luna de algún coche y de mirar la estrellas en mi tejado. Qué fue de las palabras bonitas, de los libros que escribimos, de los viajes que no hicimos, de querer y morir, de morir queriendo, de querer hasta morir, de querer hasta querer morir, qué fue de ti, qué fue de mi. Mi abuela dice que las chicas van mejor más tapadas, pero qué fue de tu sonrisa tras mi falda, qué fue de tus besos locos cuando se abría mi escote, qué fue de colgarme de tu cintura y llevarme al cielo sin tener que desnudarme. Qué fue de ti, qué fue de mi.
Mi abuelo, sin embargo, siempre me decía que quisiera reencarnarse hoy y conocerme. Cuánto te quería yo mi gran James Dean... no sabías cuánto.
Y así creía yo
que te habías muerto,
corazón mío
que jamás volverías a sentir,
corazón mío,
que eras un estornino helado
en medio de un bosque
como el de aquella obra de teatro,
como aquella niña escondida
que era yo,
representando,
un pajarito con el corazón helado, corazón mío.
Creí que te habías muerto, corazón mío
y que jamás yo volvería a sentir así,
corazón mío.
Y que mi piel jamás sería de nadie,
porque no volviera a erizarse.
Y él te eriza sin saberlo, corazón mío.
Iluminas la habitación
y tú ni si quiera lo sabes
corazón mío,
y lo único que puedo yo hacer
Lo cierto es que ahora mismo la palabra compromiso o cualquiera de sus derivados, hace surgir un sarpullido rojo por toda mi piel. Sin embargo... No digo que no a esa persona que te abraza fuerte cuando hace mucho aire, que mete los pies entre los tuyos cuando te mueres de frío, esa persona que ocupa el lado vacío de tu cama, la que muere cuando tú faltas y se estremece por tu llegada. No me despojo de un : buenos días princesa; o un : es por ti, todo lo que hago es porque tú me haces así. No expulso una mirada cómplice o un abrazo en una noche de frío. Un chiste malo a cualquier hora o una voz amiga al otro lado. No quiero deshacerme tampoco de tardes absurdas de Domingo o de risas todo el día. Carreras desde mi casa a la esquina, o del momento terrible en el que dices esa palabra tan ...... quiero, te. Ahora mismo, ni aún después de mil tormentas, me deshago de ti. Lo juro. Pero mejor, no le pongamos nombre, amor.
- Entonces porque sigues ahí, mirando como un pasmarote. Entonces, por qué no me has llamado tú, entonces por qué quieres saber de mi. Entonces...
- Ah, era por eso, ¿no? No me has llamado porque yo no lo he hecho. Genial. No tengo nada más que decir.
- Muy bien.
- Genial.
Se dio la vuelta y se fue. No le he vuelto a ver. Era un auténtico gilipollas. Un gilipollas de remate. Pero mierda, coómo me gustaba ese maldito gilipollas. Aún recuerdo cuando me hacía cosquillas hasta que no podía para de reír. Cuando me sorprendía por detrás y me apretaba bien fuerte de la cintura. Aún recuerdo cuando caminábamos juntos, cuando yo era su musa, cuando me hacía sentir así. Aún recuerdo cuando me hizo permanecer inmóvil durante seis horas sólo para reflejarme en un maldito cuadro, siempre decía que no había encontrado una sola foto que se me pareciese, decía que cada día era distinta, camaleónica. Una auténtica locura...
¿Que por qué no le llamé?. Pues muy sencillo: estaba esperando a que él lo hiciera, siempre se olvidaba de hacerlo y yo ya me harté. ¿Que si no había nada más? No, la verdad que no. Era perfecto. Para mí, al menos. Su ostentosa afición al cine y al arte minimalista, seguramente hizo que muchas huyeran. Pero yo no, para mí era increíblemente perfecto. Y su nombre, cuando lo pronunciaba con ese acento italiano me hacía enloquecer: Pietro.... ¿Qué por qué le dejé ir?. ¿Pues no te lo he dicho? Porque no-me-lla-mó. ¿Te queda claro?. ¿Que si para mí era tan importante?. Pues no, pero.... era importante.
Colgué el teléfono al escucharme decir semejante estupidez a Paula. Corrí a llamar a Pietro. Nadie contestó aquella tarde en el número 43 de la Calle Primavera. Pietro se había marchado para siempre, y yo nunca podría volver. Volver a sentir, volver a vivir.
Hoy, quince años después, no he vuelto a amar. No puedo, el terror me invade, las piernas se paralizan y ya no sé respirar. La angustia me provoca tal sufrimiento que no merece la pena. No, nunca más. No quiero volver a amar.
Aún me sigo preguntando por qué no me llamó. Maldito gilipollas.
<< Por favor, que alguien me quite el móvil!!! >> suena una voz desgarradora en mi cabeza al compás que uñas resbalan sobre el cristal de mis pupilas haciendo brotar un sonido chirriante y desolador, es el sonido de la adicción, de la tortura. Llevo las últimas veinticuatro horas pegada a la pantalla de este mini Apple torturador (si, mientras dormía seguro que lo utilizaba, y si no, soñaba con él), y para completar el esquema, mi perro derramó anoche un vaso de agua sobre mi tan adorado Mac, por lo que ahora el móvil es mi mayor aliado hasta para escribir este post.
Entre chips mojados y pantallas rotas, cuando volvía ayer de la casa de campo en la que celebré la última noche del año con mis mejores amigas, me paré a reflexionar.
Y es que el día 1 de Enero las redes sociales echan fuego.
Por un lado, todo el mundo está de resaca y no hay nada mejor para relacionarse que dar un sólo click en nuestro gran aliado el smartphone o el ordenador en su defecto, (siempre que no te hayan caído las cataratas del Niagara encima, claro); y la cantidad de modelitos nuevos que hay por enseñar ( y por cotillear ); así como la típica frase de : pero qué hacía fulanito celebrando la Noche Vieja con menganita, si no se hablaban!! Qué fuerte!!- Y vas y se lo escribes en un mensaje a tu amigo/a de turno o le mandas el típico pantallazo con toda la información donde cualquier comentario al respecto sobra, es más bien un : "juzga tú mismo"; también están los mensajes de : -a qué no sabes con quién estuve ayer???- pero estos son los que menos, porque la Noche Vieja suele ser una de las noches más decepcionantes del año. No sé si porque esperamos demasiado de ella o porque tenemos la creencia de que así serán el resto de las noches del año. Creo que en el fondo somos jodidamente supersticiosos y confiamos en que una gran noche nos daría un gran año y no hablemos ya de la fe que tenemos en encontrar el amor en Noche Vieja, ¿por qué?, en serio, ¿por qué?. Bueno el amor o cualquier sustitutivo, claro está. Llamemosle rollo o beso del ideal a la hora adecuada. Cuánto daño han hecho las comedias románticas, sobre todo en Navidad!
Pero para subsanar este problema, nace nuestra solución!
TINDER
Que qué es el Tinder. <<Nuestra jodida salvación>>, decían mis amigas. El Tinder es esa aplicación que echa fuego el día 1, porque no hemos tenido la noche perfecta, ni si quiera una noche mediocre, si no fatídica y estamos dispuestos a todo por empezar bien el año, y "ya que anoche no conocí a nadie nuevo, vamos a ver qué se cuece por aquí". Nos ofrecen una aplicación donde vamos pasando caritas sin cesar hasta que encontramos una que sea de nuestro agrado y entonces click!
"Tú y Alfredo os gustáis"
Joder, y encima tenemos dos amigos en común, este tiene que ser un tío normal, pero está muy bueno, ¿no? Y ahora qué.
"Escribir un mensaje"
"Seguir buscando"
¿Qué hago? ¿De qué le hablo? Si no soy capaz ni de mantener una conversación seguida con un conocido por watsapp, qué voy a decir aquí. Venga, seguir buscando y que hable él.
Pasas cinco o seis caritas y encuentras otra mona... Venga, pues like! (Hoy tiramos la casa por la ventana que es Noche Vieja!)
"Tú y Fernando os gustáis"
Joder, esto está que arde.
"Enviar mensaje"
"Seguir buscando"
Venga, esta vez me atrevo. Así me entreno!
"Enviar mensaje"
Tiene dos parejas nuevas.
¿Dos? ¿Ya? ¿Soy infiel? ¿Pero desde cuándo?
En fin, vamos a empezar. Pincho en Fernando.
"Feliz año!!!". Escribo.
Y espero. Y espero.
"Tiene una notificación de Alfredo".
¡Uy! ¡Alfredo! Esto me gusta!
Leo.
"Feliz año reina."
Diooooossss, qué emoción. Feliz año! Digo, y me voy a buscar caras nuevas.
Esto de ser infiel está genial, en un día tengo 20 parejas y no me importa si una no me contesta porque siempre me contesta otra, ya no he vuelto a ser una histérica... Pero no las puedo mantener!!!
Estoy Estresada, ya no recuerdo qué hablé con quién ni por qué, ni quién era amigo de quién o de dónde era! Pero bueno, leo un poquito más arriba y se soluciona, y si en un ratito no hay nada que hacer sigo buscando pareja.
Dicen que ayer, día 1 de Enero, subió el número de usuarios de Tinder en un 200%, lo que yo te diga... esto es así, en el primer día del año, las redes sociales arden y las redes sociales del amor mucho más.
Y si te atreves a preguntarle a un usuario de Tinder que por qué está en una agencia de parejas, siempre te dirá que no es así, que esto es de gente "normal", que tenemos amigos en común, que tengo su facebook y que simplemente es muy divertido! Y yo.... Lo creo igual!! (Jajajaj)
A pesar de haber sido reacia a la idea de descargar esta dichosa red social, no hay nada más divertido que ir desechando caritas de forma superficial hasta encontrar una que te guste y zas! Ya tienes pareja! Es como estar en una discoteca pero virtual! Tú si, tú no, tú si. Y de repente, yo te gusto, tú me gustas y nos acercamos... (Si, si... Lo mismo... estaréis pensando, pero descargarla! Descargarla y veréis qué pasa!)
Mi amiga más romántica dice que lo mejor es que aquí juega el destino, justo tiene que entrar entre tus contactos y que tú le gustes y él te guste (comedia romántica). Yo creo que es más cosa de algoritmos y tal, pero es divertido pensar en el destino, sobre todo el 1 de Enero,¿verdad?
Y más el 1 de Enero, seis chicas encerradas en una casa de campo! ¡
No hay nada mejor!
Buon anno a tutti! E per le mie ragazze uno migliore! Uno come el 2013 quando eravamo tutte insieme!
Ya que no he ido a clase por pereza y por frío y por estupideces varias, me siento a escribir un post. Pero no porque la musa invada mis sentidos o porque no pueda evitarlo, como hoy no podía evitar ir a la nevera a llenar el vacío de la soledad. Tampoco ha servido de mucho, sólo había unos huevos caducados y una gelatina de fresa. Bendita gelatina de fresa... Y entonces, me he sentado delante del ordenador a visitar lo que podría llamar mi segunda casa porque vivo allí gran parte del tiempo, y la gente me visita muy a menudo, lo suelen llamar Facebook. Me he sentado y he leído:
(Así, con publicidad y todo)
Y he pensado, ¡joder! ¡qué gran verdad! ¿no?
Y luego he pensado... ¿alguien realmente hace eso? ¿hacemos eso? ¿o simplemente ocultamos el pasado, nos empeñamos a vivir un presente que inventamos y vivimos sin pensar en el futuro? Creo que sí, que es más bien lo segundo. Y entonces me he sentado a observar las imágenes que han comenzado a reproducirse en mi cabeza, miles de flashes han cruzado sin cesar. Miradas perdidas, miradas llenas, miradas vacías. Aeropuertos. Estaciones de autobuses, estaciones de tren, hoteles, hostales, albergues, bancos del parque. He visto a millones de personas a lo largo de mi vida, y conocido a miles... ¿alguna aceptaba el pasado de aquél que tenía al lado? ¿alguna lo apoyaba en el presente? ¿y en el futuro? Nos ha dado por ir de súper modernos y explotar aquello del Carpe Diem y de que los tíos son unos capullos y las tías unas zorras (yo la primera, apoyo cien por cien a las zorras, que conste), pero lo que quiero decir, es que nos ha dado por ocultar todo nuestro pasado, nos ha dado por vivir en un presente que no existe y nos ha dado por pensar que el futuro es incierto, así que, ¿qué más da? ¿para qué me voy a comprometer si mañana quién sabrá? ¿para qué mierda quiero apoyarte en tu trabajo si puede que mañana no esté contigo?
Soy de las que piensan que antes las cosas eran distintas. Sí, lo eran. Sobre todo en el terreno del amor. Hemos avanzado en muchas cosas, sí, pero en otras... nuestros ancestros nos llevaban mucha ventaja. Ahora vamos a diestro y siniestro rompiendo corazones hasta que encontramos uno a nuestra medida, y para cuando lo encontramos, está tan roto que tardamos un siglo en recomponer sus pedazos, y como no está bien visto el esfuerzo en el terreno sentimental, la mayoría se cansa antes de recomponerlo y lo deja por ahí vagando solitario sin rumbo en busca de su mitad, que dejó de ser perfecta en el momento que lo abandonó a su suerte, y no, no es que sea su culpa, es culpa de esta maldita sociedad.
Y luego están los otros, esos que se creen / nos creemos que hemos encontrado nuestra "media naranja" a cada persona compatible con la que tropezamos, y nos empeñamos en curarle las heridas, echarle betadine a diario, soplarlas, lamerlas y hasta hacernos un corte para empatizar y cuando nos queremos dar cuenta, estamos llenos de lesiones sinsentido y la otra persona se va, airosa y limpia, porque su sitio no era a nuestro lado... eso sí... ¡ha quedao que ni pintao! oiga!
En fin.... a lo que iba, ¿realmente nos esforzamos por encontrar a esa persona que acepte nuestro pasado, viva en nuestro presente y nos empuje hacia nuestro futuro? ¿O nos conformamos con un asiento en primera fila de cualquier comedia romántica de tres al cuarto que se cruce por nuestro camino?
Hay que amar a los locos. Son alegres o tristes, jamás termino medio. Tienen cosas de niños furibundos. Se inventan a sí mismos cada instante. Muchos saben que existen por que sienten sus sombras persiguiéndoles los pasos, o una mujer los mira horrorizada cambiándose de acera, o se ven, de improviso, reflejados en un escaparate y se sonríen. Hay que amar a los locos. Hay que amarlos. Tienen sólo una vida (como todos) pero saben vivirla como nadie. No temen a la muerte, no temen al temor, se enamoran de golpe: de una niña que pasa, de un poema de Wislawa Szymborska, de unas flores de plástico en un vaso, de un castillo de arena deshecho por la lengua del océano. Hay que amar a los locos de la misma manera que ellos aman la vida (tal vez sin percatarse). y nos enseñan a amarla, y nos enseñan que su estremecimiento es contagioso, su asombro ante lo ajeno, su emoción exultante, su deserción al odio y la envidia. Hay que amar a los locos. Hay que amarlos. Para que no se mustien recomponiendo cifras, coleccionando nubes, vigilando sus manos entreabiertas, alzadas detrás de una banda de palomas. Así comprenderemos que hay un pequeño loco con sonrisa dentro de cada uno de nosotros mientras nos observamos, circunspectos, o lanzamos preguntas a las sombras (¿por qué? ¿cómo? ¿cuál? ¿cuándo? ¿dónde? ¿quiénes?), o hablamos con palabras tan bellas como estas. (Jose Manuel Díez)
Cuando realmente me gusta Jaime es cuando no es Jaime. Absurdo, pero cierto. Me gusta cuando se olvida de todos sus prejuicios y de su lado correcto, cuando se mueve sin miedo a despeinarse, cuando me coge fuerte de la cintura y me lleva hasta el cielo. Ese Jaime que sólo conocí un día y que ya casi no recuerdo, ese Jaime me vuelve realmente loca y es lo que aún me ata a él alguna noche de Sábado intempestiva. Supongo que también es eso lo que le torna devoto de mi inoportunidad, supongo que es esa forma de despeinarle cuando no quiere ni mirar, supongo que es esa forma de no quererle un poco más. Ese lado salvaje, ese alma libre que él cree que nunca puede llegar a ser, (pero sí puedes Jaime, claro que puedes, sólo has de galopar). Supongo que represento todos esos pecados que nunca ha sido capaz de cometer, todas esas cosas que jamás se ha atrevido a hacer, todo esa fuerza que no se ha atrevido a tener y por eso le tengo atado a mi piel cada fin de semana, cada Sábado que se me torna gris la tarde. Pero me gusta, me gusta cuando le tengo abrazado a mi piel aunque yo duerma en la otra punta de la cama por no comprometerme demasiado, me gusta cuando se despide con un beso en los labios, aunque yo no me mueva para responderle, me gusta cuando se sonríe porque instintivamente le doblo la ropa como si fuera a mí a quien le correspondiera hacerlo, me gusta cuando me mira y me ve como un bicho raro, como una especie en extinción, como eso que sabe que nunca podrá tener, pero que de vez en cuando puede saborear. Me gusta cuando me mira como se mira a la onza de chocolate que nunca te puedes comer, cuando me saborea con la paciencia y el clamor con el que saboreamos cada Navidad el maldito turrón de Suchard: sabes que no es algo para tener a diario, porque podrías morir de diabetes u obesidad, pero cuando llega el tiempo, cuando él quiere ceder la ternura de aparecer en tu despensa, te entregas tan plenamente que lo devoras, lo devoras como si ya nunca más se fuese a fabricar, como si mañana fuese a desaparecer. Y en el fondo así es, sabes que mañana ya no estará, y supongo que eso es lo que lo hace aún más especial. Quizá por eso Jaime se comporta tan raro últimamente, quizá sabe que mañana ya no estaré, o quizá sea que no le conozco demasiado bien, quizá Jaime no es Jaime y es otra persona, quizá y sólo quizá...
Un viaje exige un hombre que aún no esté enjaulado, un hombre aún no jodido por el gran Miedo que hace funcionar toda la sociedad. por desgracia, la mayoría de los hombres sobrestiman su mérito y su dignidad como individuos esenciales y libres, y el error de la generación hippie es no confiar en nadie de más de treinta. Treinta no significa nada. la mayoría de los seres humanos quedan capturados y moldeados, por completo, a la edad de siete u ocho años. Muchos de los jóvenes parecen libres pero esto no es más que una cuestión química del organismo y la energía y no algo real del espíritu. He encontrado hombres libres en los sitios más extraños y de todas las edades (conserjes, ladrones de coches, lavacoches, y también algunas mujeres libres, la mayoría enfermeras o camareras).
El alma libre es rara, pero la identificas cuando la ves:
¿Qué esperas de una chica a la que se le olvida comer?
¿Qué esperas de alguien que tiene vacía la nevera y llena de platos la pila?
¿Qué esperas de la chica que se sienta sin prisa a leer en la plaza?
¿Qué narices esperas de mí?
¿Qué esperas cuando te digo que lo siento?
¿Qué esperas cuando no te digo nada
cuando no te llamo
cuando no te miento?
¿Qué esperas cuando no salgo a buscarte
por si te ahuyento?
La última vez después de cien páginas
ni si quiera me dejaron acabar el cuento.
¿Qué esperas cuando escribo que te quiero y espero a que vengas y me preguntes si es a ti?
¿Qué vas a esperar de mi?
¿Que qué espero yo de ti?
Espero que le eches lunares
y vengas a colorearme la tarde.
Espero que seas todo eso que yo no puedo ser.
Espero que no esperes todo aquello que de mi no se puede esperar.
Espero que vengas a buscarme
Y que no te lo pienses más.
-¿Quién coño se follará a este pedazo de tía y qué cojones hace por aquí tan sola?-
Esta mañana había decidido salir a buscarte. Iba mirando todas las aceras para encontrar una que se pareciera a aquella que aparecía en la foto en la que estabas con mi mejor amigo. Y ninguna se parecía. Desesperada, buscaba una y luego otra y otra… El problema quizá no eran las aceras, el problema es que salí a buscarte cuando ya era demasiado tarde, siempre lo hago así. Pero preferí salir con los labios color rojo Yves Saint Laurent, mi abrigo de piel sintética y un sombrero de ala ancha. Los labios rojos, eran por si tenía que besarte. El abrigo de piel, por si no te encontraba y el frío hacía con mi corazón una de las suyas. El sombrero…para llegar hasta el cielo. No te encontré y comencé a morderme el labio hasta casi quitarle el color, me desabroché el abrigo y caminé erguida. Enfadada me colé entre calles por las que no suelo aparecer, y de repente, en medio de toda esta distracción, la agonía de no volver a verte y el desastre que estaba causando con mis atuendos, escuché este comentario soez pero bastante adulador. Miré a mi alrededor por si había alguna chica de metro setenta, de esas que siempre he querido ser, o si había alguna rubia o si acaso paseaba por allí alguien que te mereciera más que yo; pero no, no había absolutamente nadie. Y entonces recé, recé porque estuvieras allí y no te hubiera visto, que estuvieras asomado a un balcón y rieras con fuerza y pensaras lo mismo que aquél, y bajaras a terminar de quitarme el rojo de los labios. Pero no estabas y perdí la sonrisa. Los Sábados ya no son Sábados desde que no te pasas por aquí. Los Sábados, parecen más bien terribles Domingos en los que nunca te pude ver. Incluso los Lunes, han dejado de encantarme porque no estás. Me invento alguna excusa, pero ninguna es lo suficientemente buena como para molestarte, así que lo dejo estar. Y me dicen que corra hacia a ti, pero no puedo, pero no quiero.
¿Sabes? Ha sido una semana fantástica, llena de buenas noticias, amigos y un éxito resplandeciente en todo lo que hago. He sido plenamente feliz muchos días, hasta he escrito algo sobre ello. Pero después de todo, si no hay con quien celebrarlo el Sábado, si no hay con quien abrir una botella de champán, si no hay nadie que te espere cuando subes ese montón de escaleras corriendo y cantando… Si no hay nadie a quien sonreír, no es que sea triste, es que es raro. No es que la felicidad no sea plena, es que me gustaría celebrarlo. Y sí, soy de las que se beben una botella de champán sola y ríe y ríe y ríe… pero al tercer ríe… todo el mundo cierra la botella de champán y se va a dormir. Te engañaría si dijese que después del tercer ríe no quiero un buen polvo que me haga seguir riendo y riendo sin parar, te engañaría si te dijera que no quiero caminar contigo mientras lo celebramos con un helado, te engañaría si te dijera, que no es contigo con quien quiero celebrarlo. Aunque ni si quiera existas, aunque ni si quiera te conozca, aunque tú no seas libre y aunque yo no debiera escribirlo. Aún con todo eso, me gustaría celebrar contigo de la mano y cantar que si no estás tú para celebrar a la plenitud le falta un verso.
Supongo que después de los insultos
venían los golpes.
No me quedé a comprobarlo
aunque tardé en olvidarlo unos meses;
y ahora tengo pavor al compromiso
por miedo a los golpes que no recibí,
y ahora tengo miedo a tenerte
por si su sombra pasara por aquí.
Ayer me ofrecieron un contrato
de trabajo.
Huí,
por miedo a los golpes.
Ayer me cogiste de la mano.
Huí,
por miedo a los golpes.
Entonces me miras,
me miras y sonríes
y secas la lágrima que dibuja una curva en mi mejilla
y prometes no agarrarme de la mano
si te dejo caminar a mi lado.
Y prometes no hacerme daño.
Y no te creo.
Y me quedo a tu lado,
y no es porque haga frío
supongo que es porque te quiero.
Me coges fuerte de repente,
tan de repente que me asusto
y huyo,
por miedo a los golpes.
No corres,
te sientas y esperas a que vuelva
y no vuelvo,
por miedo a los golpes.
Caminas sin rumbo esperando encontrarme
y corro hacia a ti,
ya no tengo miedo a los golpes.
Y me abrazas fuerte
y cierro los ojos
y sólo hay magia.
Y cumples
y no me agarras nunca,
y sólo caminas al lado,
y nos perdemos en un sueño
que nunca ha ocurrido.
O si.
Caminas a mi lado,
y haces que pierda el miedo,
aunque azote el corazón
si pienso en perderte,
yo nunca le tuve miedo a los golpes
de ese condenado indecente.
Así, con acento,
porque eres algo insólito
y no soporto la idea de tratarte como algo ordinario.
Así, con acento,
porque eres uno de esos errores que nunca cometo.
He pensado en acentuar siempre la í, cuando se refiera a tí,
porque eres tú quién le da fuerza a mís días,
sabor a mís sentídos.
Porque eres eso que me falta cuando no estás,
porque soy una î cuando no acentúas mís besos.
Porque mi î no es í sin tí.
Porque sín tú saberlo
le das sentído a todos mís acentos.
Cuando quiero tomar conciencia ya es Domingo por la mañana. Intento huir de un insufrible dolor de cabeza y Jaime se asoma por la puerta de la cocina con una sonrisa de oreja a oreja.
-Mierda, ¿pero qué coño hace este tío aquí?-, pienso. Y antes de poder recordar casi agudizo una arcada con su prepotente forma de hablar: -Aquí tienes nena, para que veas que yo también puedo ser un auténtico romántico, como las gilipolleces esas que escribes-. Gesticulo una mueca y miro el desayuno: Fresas con nata, zumo de naranja y tostada con crema de arándanos. No sé ni de dónde ha salido todo esto. En mi nevera sólo hay un caldo de pollo de hace tres días y salchichas para mi perro, que cuando me veo muy necesitada o perezosa, ataco yo. -¿A este qué coño le pasa?- Pienso, mientras no deja de hablar y sonreír. Creo que me está contando planes para el día de hoy. Y yo con este maldito dolor de cabeza. Pruebo un trago del zumo y salgo disparada al baño. No, ayer no fue una noche ligera, para nada. Me lavo los dientes y la cara y salgo mientras me mira con cara de idiota. -¿A este qué coño le pasa?-.
Aún no he articulado palabra, cuando me agarra de la mano y me dice: Bueno, gordi, ¿qué quieres hacer hoy?- . Gordi, me ha llamado gordi... ¿pero quién se cree que es y por qué hace eso?. Odio terriblemente esa palabra, pero sonrío y me encojo de hombros. -¿Qué te parece si salimos a comer algo y luego nos vamos al cine?-, insiste. ¿Comer? ¿Cine? Yo lo único que quiero es dormir, dormir durante todo el día. - Comer está sobrevalorado, y el cine… El cine lo quiero, pero sin ti-. Pienso. Esbozo otra sonrisa. Cuando me quiero dar cuenta ya se ha comido todo lo que era mi desayuno. No me importa, yo sólo quiero café. Mientras lo preparo, me agarra de la cintura y me susurra al oído, no puedo ni sé hacer otra cosa que reír. -Este no es Jaime…- me digo a mí misma, pero disfruto. De vez en cuando, no viene mal la compañía. Sin embargo, cuando el intenso aroma a café desaparece y recupero la cordura… Me molesta, Jaime me sobra. Hace frío, lo sé. Y mi madre no deja de repetirme lo bien que me vendría tener a alguien conmigo, pero es que no le quiero a él. Sí quiero una tarde de Domingo, si quiero un cine. Si quiero salir a comer… Claro que sí. Aquí en la azotea de la soledad, hace mucho frío. Pero al final, lo importante no es con quien te vayas a dormir la noche del Sábado o quien amanezca a tu lado la mañana de resaca, no. Lo importante es con quien quieres disfrutar la tarde absurda del Domingo. Y no, no todo el mundo es apto para una tarde de Domingo.
He dejado a Jaime que se quede un rato, al fin y al cabo me ha hecho el desayuno. Jaime no es tonto, no me ha hecho falta mucho para que desapareciera y me dejase en mala compañía, conmigo a solas. Pienso en escribir a Néstor, pero no puedo. Y un recuerdo repentino rellena parte de las lagunas de la noche. Ayer le vi, se acercó a saludarme mientras yo hablaba con María. Como de costumbre, me guiñó un ojo. Noté reventar mi corazón e instintivamente puse la mano en mi pecho. Si no hubiera tanta gente alrededor, los latidos de mi corazón habrían roto los cristales de aquél oscuro lugar. Quise agarrarle, pedirle que nunca más se fuera. Pero me quedé sin habla y sin corazón. Y él… tenía prisa. No sé si volveré a verle, pero siempre llevo puesto el abrigo por si vuelve a llover.
Quiero pasar las tardes tontas de Domingo acurrucada en tu pecho, los sábados eternos de resaca, con tu cabeza en mi almohada, quiero que la vida siga sin tener sentido pero sabiendo que tú estás junto a mí. Quiero que roces mi eternidad con tu tacto y que fusiles mi mirada con tu aliento, quiero que me cojas fuerte, tan fuerte que todas las piezas de este corazón roto vuelvan a unirse. Quiero que los días eternos se consuman con tu presencia y que no me quede tiempo, que necesite más porque quiero vivir entre tus brazos. Quiero que sepas que no fue un espejismo y que yo sigo aquí esperando, esperando a que un día decidas darte cuenta de por qué estaba yo aquella mañana en aquel lugar y justo en ese momento, justo a la altura del reloj de arena, que sepas por qué se activaron mis alarmas y por qué estás equivocado. Lo estás, porque es aquí donde tu alma te espera, es este tu sitio, el lugar donde descansar después de un día duro, donde coger fuerzas a media mañana y donde pasar un día absurdo y perder por completo el sentido. Y la razón.
Todos los besos que te debo
los estoy transformando en exceso
de café,
chocolate
y golosinas.
Yo que iba a dejar el café,
yo que nunca tomo chocolate,
yo que odio las golosinas.
Son las cinco de la tarde
y estoy tomando
café con regaliz rodeado de azúcar.
Un sorbo de café,
una muerte de azúcar
y todo porque te vuelvo a ver.
Y hoy es nuestro último día, nuestra última vez.
Lo sé,
esto se tiene que acabar y tú también,
Lo sabes.
O acaba o moriré de diabetes,
de un exceso de azúcar o de mal de estómago.