viernes, 13 de diciembre de 2013

Hay que amar a los locos.





Ríen con el descaro del abismo.
GONZALO ROJAS.


Hay que amar a los locos.
Son alegres o tristes, jamás termino medio.
Tienen cosas de niños furibundos.
Se inventan a sí mismos cada instante.
Muchos saben que existen por que sienten
sus sombras persiguiéndoles los pasos,
o una mujer los mira horrorizada
cambiándose de acera,
o se ven, de improviso, reflejados
en un escaparate y se sonríen.

Hay que amar a los locos. Hay que amarlos.

Tienen sólo una vida (como todos)
pero saben vivirla como nadie.
No temen a la muerte,
no temen al temor, se enamoran de golpe:
de una niña que pasa, de un poema
de Wislawa Szymborska,
de unas flores de plástico en un vaso,
de un castillo de arena
deshecho por la lengua del océano.



Hay que amar a los locos
de la misma manera que ellos aman la vida
(tal vez sin percatarse). y nos enseñan
a amarla, y nos enseñan
que su estremecimiento es contagioso,
su asombro ante lo ajeno, su emoción exultante,
su deserción al odio y la envidia.

Hay que amar a los locos. Hay que amarlos.
Para que no se mustien recomponiendo cifras,
coleccionando nubes,
vigilando sus manos entreabiertas, alzadas
detrás de una banda de palomas.

Así comprenderemos 
que hay un pequeño loco con sonrisa 
dentro de cada uno de nosotros
mientras nos observamos, circunspectos,
o lanzamos preguntas a las sombras
(¿por qué? ¿cómo? ¿cuál? ¿cuándo? 
¿dónde? ¿quiénes?),
o hablamos con palabras tan bellas como estas.


(Jose Manuel Díez)

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