jueves, 30 de junio de 2016




Más valioso que un 'te quiero'
es un 'ya me conoces...'

Qué fácil querer a veces
qué difícil dejarse conocer.
Hoy, al fin, me he dado cuenta de que no estoy enamorada de ti. Estaba enamorada de la persona que yo solía ser cuando estaba contigo, pero es que ¿sabes qué? Sigo siendo. Sin ti, pero en mi mejor versión. Gracias por enseñarme que podía hacerlo. Fue necesario encontrarte para descubrir una parte de mí que había escondido. Pero no, no estoy enamorada de la persona que faltó cuando algo que habíamos creado entre los dos se fue por el retrete, no estoy enamorada de la persona que no estuvo a diario cuando mi vida se quebró. No, no lo estoy. Te quiero, claro que sí. Cuando me necesites: allí estaré. Pero no quiero seguir alimentando este pajarillo que solo comía de las migas que quedaban de los restos de mi amor. No te pedí mucho, solo unas miguitas que marcaran un sendero por el que volver a casa, y llamarlo hogar.
De eso que los domingos insípidos cambian de color, y se vuelven amarillos como el sol. O como el polen de la flor que no me regalaste porque sabías que a mí nunca me perteneció la vida de otro ser. Amarillo como mi tierra en verano, como la arena de la playa a la que iremos, o como tu pelo cuando le acaricia Lorenzo. Amarillo como mis ojos cuando te miro y salen chispitas, como los pájaros que revolotean mi cabeza cuando te acercas.


¿Qué te apetece hacer cuando no quieres hacer nada? ¿Con quién te gustaría estar cuando no quieres estar con nadie?
Esas son las únicas respuestas que necesitas.
Y un gran valor para hacerlas realidad.
Hoy me han llamado por teléfono y me han dicho: prepárate, tu vida va a cambiar.
He cogido un helado de limón y me he sentado en el sofá frente al televisor apagado. He mirado a mi alrededor y pensado en las cosas que me llevaría conmigo. Mi viejo tocadiscos, unos cuantos vinilos, el libro que me regaló David, y a ti. No necesito más. Aunque supongo que no puedo tenerlo todo, el tocadiscos ocupa demasiado, los vinilos pueden romperse, y tú no te vendrás conmigo. El libro es lo único que me llevaré. También supongo que no esperarás a que yo regrese -yo no lo haría, y no: no pienso pedírtelo-. Ya te he visto en otros poemas y siempre acabas mal. Nunca he tenido el valor suficiente para quedarme el tiempo necesario. Siempre he dejado que el caprichoso destino manejase los hilos a su antojo, y siempre ha salido bien: ya ves, sigo viva. No todo el mundo puede afirmar eso.
Y preguntarás: ¿ahora qué? Y yo responderé: ¿y ahora qué? Y nos quedaremos así, recordando cómo pasamos la primavera superando el miedo al amor y a hacernos daño, cómo me agarraste por primera vez de la mano, cómo me besaste, y cómo no llegamos a pronunciar las palabras mágicas: te quiero.
Te juro que me quedaría a tu lado para siempre. A tener mil hijos, y una vida tranquila. Donde lo más especial que hiciéramos fuera follar a la hora de la siesta. Beberíamos té verde a las siete, y cuidaríamos nuestro riñón. Tendríamos dos perros, una casa, y mil sonrisas. Los domingos: ruta hasta el pico aquel de la montaña a la que nunca me atreví a subir. Los viernes: sofá y abrazos. Los sábados: una vuelta al mundo de solteros. Lunes, martes y miércoles: siempre volver a la misma hora, al sitio donde tus besos a escondidas se venden baratos. Y los jueves: desayuno en ese bar que tanto te gusta, donde siempre te dicen que cómo has conseguido engañarme para que me quede contigo, y yo hago con que no escucho nada mientras intento bajar a mi ego de la nube a la que lo subes cuando vuelves de la barra y me atrapas en tu abrazo, como para que no me escape aunque solo sea en ese instante. Me quedaría contigo todos los días de la semana, durante una jodida eternidad, porque aún no he encontrado un sitio mejor que aquel en que puedes ser tú en el más tranquilo silencio.