domingo, 11 de agosto de 2019


Me he ido de tu vida sin querer hacerlo. Y ya van cinco días. O quizá sean seis. No sé, lo mismo hace solo tres, pero parecen mil. Mi cabeza, con buen juicio me dijo que me alejara, pero todas mis vísceras me llevan hacia a ti, una a una. Si me dejase llevar, ya habría llegado nadando a tu mar. Y te habría dicho una vez más que aquí estoy yo para sanarte si tú quieres que sea yo quien cure poco a poco tus heridas. Pero es mi cabeza la que ha conducido en los últimos años a mi cuerpo, así que permanezco amarrada a la piedras de la ciudad donde nací, como si entre sus muros estuviera a salvo y me encuentro cansada de luchar continuamente contra mí. Agotada, sin fuerzas para algo más que sobrevivir.

jueves, 8 de agosto de 2019

Me vuelvo sirena. Mi piel se llena de escamas al intentar olvidarte. Por cada suspiro, se multiplican mis células a una velocidad mucho mayor de la que deberían y comienzo a cambiar de color. Se me sonrosan las extremidades y se endurece poco a poco la piel, con la esperanza de que en algún momento alcance al corazón, siendo así capaz de no pronunciar tu nombre, de no generar ningún pensamiento tan efímero como el tiempo que no estuvimos, que se nos fue de las manos.

miércoles, 7 de agosto de 2019

Ha anochecido en mi sofá y aún no he querido encender la luz para que no me aplaste la certeza de tu ausencia. Miro por la ventana buscando una estrella fugaz que lleve tu nombre, y el cielo sin estrellas de Madrid me recuerda, de nuevo, que ya no estás. Qué voy a hacer. Cómo voy a amar a otra persona que no seas tú. Hubiera abrazado todos tus miedos hasta hacerlos míos. Hasta que no quedase nada de ellos en ti. Comencé a evaporarme, a quererte tanto que dudé de mí. Pero sobre todo de ti. ¿Cómo podía quererte si no estabas? Si ni siquiera ibas a venir. Algo en lo más profundo de mi ser me llevaba hacia ti. Creo que me recordabas a mí hace unos años. Animal herido. Y quise hacer contigo lo que la primavera hizo con los cerezos. Sin recordar que las estaciones son lugares de paso. Y que yo quise quedarme para siempre en tu abrazo. ¿Lo sentiste, al menos? ¿Qué hago yo ahora con todo este amor? Dime, dónde lo pongo yo.
Me arrepentiré toda mi vida de haberte dejado. Es de las pocas cosas que tengo claras en este instante. Pero tenía que hacerlo. Y sé que en el fondo lo sabes. Porque eres de esas personas (de las que hay muy pocas) que saben cuando al otro lado hay alguien en peligro. Y yo lo estaba. Quizá con otra persona tú puedas ser más tú y yo un poco menos yo. Más serena, menos dispuesta a todo por ti. Y más a luchar contra todo para mí. Sé que si hubiera dado tiempo al tiempo, habríamos acabado agarrados de la mano viendo cualquier puesta de sol. Porque con eso a ti te basta. Y, joder, a mí también. Pero en ese momento hasta un acantilado me hubiera venido bien si estaba a tu lado. Y no, así no se ha de querer. Sé que has releído mi mensaje de despedida. Que estarás pensando que la has cagado bien. Pero yo también. Ojalá pueda verte algún día de nuevo y abrazarte tan fuerte, y dejarte en mi vida para siempre. En una cajita, como todos esos sentimientos que guardé para no herirte. Y qué bien hubiera sido ser capaz de arrojarlos a un río. Y qué bueno hubiera sido nunca haberte hecho dudar. Retroceder. Pero ahora estoy de nuevo yo, a solas. Con mi poesía por bandera y con la certeza de que te he querido tanto como ya un día acepté que no volvería a querer a nadie más. Y que tú me has dado todo el amor que has podido, a tu manera, que era una manera totalmente contraria a la mía. Pero es una manera preciosa, que ojalá no te guardes para el resto de tu vida. Y un día te encuentre y hayas encontrado a esa persona paciente, que siempre espera y no tiene miedo a no escucharte. Quizá esa persona seas tú. Mientras tanto, en este papel que sé que nunca leerás, escribo todas esas letras que jamás pronunciaré: te querré siempre, M. Siempre.