lunes, 18 de noviembre de 2013

Las tardes de Domingo




Cuando quiero tomar conciencia ya es Domingo por la mañana. Intento huir de un insufrible dolor de cabeza y Jaime se asoma por la puerta de la cocina con una sonrisa de oreja a oreja.
-Mierda, ¿pero qué coño hace este tío aquí?-, pienso. Y antes de poder recordar casi agudizo una arcada con su prepotente forma de hablar: -Aquí tienes nena, para que veas que yo también puedo ser un auténtico romántico, como las gilipolleces esas que escribes-. Gesticulo una mueca y miro el desayuno: Fresas con nata, zumo de naranja y tostada con crema de arándanos. No sé ni de dónde ha salido todo esto. En mi nevera sólo hay un caldo de pollo de hace tres días y salchichas para mi perro, que cuando me veo muy necesitada o perezosa, ataco yo. -¿A este qué coño le pasa?- Pienso, mientras no deja de hablar y sonreír. Creo que me está contando planes para el día de hoy. Y yo con este maldito dolor de cabeza. Pruebo un trago del zumo y salgo disparada al baño. No, ayer no fue una noche ligera, para nada. Me lavo los dientes y la cara y salgo mientras me mira con cara de idiota. -¿A este qué coño le pasa?-.
Aún no he articulado palabra, cuando me agarra de la mano y me dice: Bueno, gordi, ¿qué quieres hacer hoy?- . Gordi, me ha llamado gordi... ¿pero quién se cree que es y por qué hace eso?. Odio terriblemente esa palabra, pero sonrío y me encojo de hombros. -¿Qué te parece si salimos a comer algo y luego nos vamos al cine?-, insiste. ¿Comer? ¿Cine? Yo lo único que quiero es dormir, dormir durante todo el día. - Comer está sobrevalorado, y el cine…  El cine lo quiero, pero sin ti-. Pienso. Esbozo otra sonrisa. Cuando me quiero dar cuenta ya se ha comido todo lo que era mi desayuno. No me importa, yo sólo quiero café. Mientras lo preparo, me agarra de la cintura y me susurra al oído, no puedo ni sé hacer otra cosa que reír. -Este no es Jaime…- me digo a mí misma, pero disfruto. De vez en cuando, no viene mal la compañía. Sin embargo, cuando el intenso aroma a café desaparece y recupero la cordura… Me molesta, Jaime me sobra. Hace frío, lo sé. Y mi madre no deja de repetirme lo bien que me vendría tener a alguien conmigo, pero es que no le quiero a él. Sí quiero una tarde de Domingo, si quiero un cine. Si quiero salir a comer… Claro que sí. Aquí en la azotea de la soledad, hace mucho frío. Pero al final, lo importante no es con quien te vayas a dormir la noche del Sábado o quien amanezca a tu lado la mañana de resaca, no. Lo importante es con quien quieres disfrutar la tarde absurda del Domingo. Y no, no todo el mundo es apto para una tarde de Domingo.
He dejado a Jaime que se quede un rato, al fin y al cabo me ha hecho el desayuno. Jaime no es tonto, no me ha hecho falta mucho para que desapareciera y me dejase en mala compañía, conmigo a solas. Pienso en escribir a Néstor, pero no puedo. Y un recuerdo repentino rellena parte de las lagunas de la noche. Ayer le vi, se acercó a saludarme mientras yo hablaba con María. Como de costumbre, me guiñó un ojo. Noté reventar mi corazón e instintivamente puse la mano en mi pecho. Si no hubiera tanta gente alrededor, los latidos de mi corazón habrían roto los cristales de aquél oscuro lugar. Quise agarrarle, pedirle que nunca más se fuera. Pero me quedé sin habla y sin corazón. Y él… tenía prisa. No sé si volveré a verle, pero siempre llevo puesto el abrigo por si vuelve a llover.

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