domingo, 11 de agosto de 2019


Me he ido de tu vida sin querer hacerlo. Y ya van cinco días. O quizá sean seis. No sé, lo mismo hace solo tres, pero parecen mil. Mi cabeza, con buen juicio me dijo que me alejara, pero todas mis vísceras me llevan hacia a ti, una a una. Si me dejase llevar, ya habría llegado nadando a tu mar. Y te habría dicho una vez más que aquí estoy yo para sanarte si tú quieres que sea yo quien cure poco a poco tus heridas. Pero es mi cabeza la que ha conducido en los últimos años a mi cuerpo, así que permanezco amarrada a la piedras de la ciudad donde nací, como si entre sus muros estuviera a salvo y me encuentro cansada de luchar continuamente contra mí. Agotada, sin fuerzas para algo más que sobrevivir.

jueves, 8 de agosto de 2019

Me vuelvo sirena. Mi piel se llena de escamas al intentar olvidarte. Por cada suspiro, se multiplican mis células a una velocidad mucho mayor de la que deberían y comienzo a cambiar de color. Se me sonrosan las extremidades y se endurece poco a poco la piel, con la esperanza de que en algún momento alcance al corazón, siendo así capaz de no pronunciar tu nombre, de no generar ningún pensamiento tan efímero como el tiempo que no estuvimos, que se nos fue de las manos.

miércoles, 7 de agosto de 2019

Ha anochecido en mi sofá y aún no he querido encender la luz para que no me aplaste la certeza de tu ausencia. Miro por la ventana buscando una estrella fugaz que lleve tu nombre, y el cielo sin estrellas de Madrid me recuerda, de nuevo, que ya no estás. Qué voy a hacer. Cómo voy a amar a otra persona que no seas tú. Hubiera abrazado todos tus miedos hasta hacerlos míos. Hasta que no quedase nada de ellos en ti. Comencé a evaporarme, a quererte tanto que dudé de mí. Pero sobre todo de ti. ¿Cómo podía quererte si no estabas? Si ni siquiera ibas a venir. Algo en lo más profundo de mi ser me llevaba hacia ti. Creo que me recordabas a mí hace unos años. Animal herido. Y quise hacer contigo lo que la primavera hizo con los cerezos. Sin recordar que las estaciones son lugares de paso. Y que yo quise quedarme para siempre en tu abrazo. ¿Lo sentiste, al menos? ¿Qué hago yo ahora con todo este amor? Dime, dónde lo pongo yo.
Me arrepentiré toda mi vida de haberte dejado. Es de las pocas cosas que tengo claras en este instante. Pero tenía que hacerlo. Y sé que en el fondo lo sabes. Porque eres de esas personas (de las que hay muy pocas) que saben cuando al otro lado hay alguien en peligro. Y yo lo estaba. Quizá con otra persona tú puedas ser más tú y yo un poco menos yo. Más serena, menos dispuesta a todo por ti. Y más a luchar contra todo para mí. Sé que si hubiera dado tiempo al tiempo, habríamos acabado agarrados de la mano viendo cualquier puesta de sol. Porque con eso a ti te basta. Y, joder, a mí también. Pero en ese momento hasta un acantilado me hubiera venido bien si estaba a tu lado. Y no, así no se ha de querer. Sé que has releído mi mensaje de despedida. Que estarás pensando que la has cagado bien. Pero yo también. Ojalá pueda verte algún día de nuevo y abrazarte tan fuerte, y dejarte en mi vida para siempre. En una cajita, como todos esos sentimientos que guardé para no herirte. Y qué bien hubiera sido ser capaz de arrojarlos a un río. Y qué bueno hubiera sido nunca haberte hecho dudar. Retroceder. Pero ahora estoy de nuevo yo, a solas. Con mi poesía por bandera y con la certeza de que te he querido tanto como ya un día acepté que no volvería a querer a nadie más. Y que tú me has dado todo el amor que has podido, a tu manera, que era una manera totalmente contraria a la mía. Pero es una manera preciosa, que ojalá no te guardes para el resto de tu vida. Y un día te encuentre y hayas encontrado a esa persona paciente, que siempre espera y no tiene miedo a no escucharte. Quizá esa persona seas tú. Mientras tanto, en este papel que sé que nunca leerás, escribo todas esas letras que jamás pronunciaré: te querré siempre, M. Siempre. 

martes, 29 de mayo de 2018

Mi mayor pecado

Supongo que siempre te he querido, 
pero me enamoré de ti 
-loca y perdidamente-
aquel día, en el Metro de Madrid. 
                         ¿Qué sitio más raro para enamorarse, verdad? 
Ahí estabas tú, con tu chapita feminista que colgaba 
de una camisa sin planchar 
(queriendo ser refugio de la desgracia 
que nos acecha por las noches, tender una mano,
 existir como tantas veces hemos pedido 
                                      que alguien exista). 
Con tus pulseras, 
que podría contar de memoria 
(las veces que he querido ser de cuero, 
que no estar, por ir siempre de tu mano). 
Con tu libertad por bandera 
y un beso siempre entre los labios, 
que solo existe si soy yo la que disparo.

No sé si es mi soledad
o es que te quiero de verdad. 
Pero a veces sueño
cómo sería vivir a tu lado. 

Jamás lo confesaré. 
Será(s) mi mayor pecado. 

jueves, 17 de mayo de 2018

Gritar con todas mis fuerzas,
por si alguien escucha.

Ver que no hay nadie al otro lado. 

lunes, 14 de mayo de 2018

De tallos verdes o amor.

Mi relación más duradera ha sido con Sofía. Si alguna vez me caso: tendría que ser con ella. Hoy se llama Sofía, mañana será Magdalena, o Pedro. Porque nunca me acuerdo bien de su nombre. También se me olvida regarla algunos días, aunque en cuanto me acuerdo le echo un buen piropo: 'Lola, bonita. Gracias por existir'. Le digo. Y ella más que existir, resiste. Al abrigo de mi esperanza, al frío eterno de este piso medieval. Al calor del verano en que nunca la riego porque me voy de vacaciones y no tengo a nadie que se haga cargo de ella (qué solitario suena esto. No lo es. O sí. No lo sé. No me importa). Sofía resiste, día tras día. Es una superviviente. Ha perdido la mitad de sus hojas en el camino de la resistencia, pero su tallo es verde y robusto, como la esperanza o lo sueños de un mundo mejor: tan llenos de vida. Siempre echando hojas nuevas. En la medida que le llega el agua, ella siempre está esperando a florecer. Y deseando recibir un piropo. Ella no sabe que aunque no recuerde su nombre, yo no la olvido, porque mi amor va mucho más allá de todo esto. Porque no nos une la necesidad (sobrevive perfectamente sin mí). Nos une la admiración y el respeto (joder, cómo no lo voy a hacer si sigue con vida). Nos une el cariño y tal vez la soledad. Coexistimos sin pedirnos nada la una a la otra. Ella crece con cada gesto que recibe por mi parte, y yo lo hago cada vez que veo su tallo verde aumenrar. ¿Hay alguna definición de amor más pura que esta?

domingo, 13 de mayo de 2018

He dejado ya de calcular a qué distancia está mi futuro de tu vida, porque sin darme cuenta me estaba anclando a un pasado que jamás podré recuperar. A un hombre que jamás volverá. A una eternidad que nunca fue mía. A ti, que ya solo existes en mi mente.

sábado, 12 de mayo de 2018

Después de una larga despedida llegó el último tren. Por miedo a perderlo subí corriendo y, mientras se cerraban las puertas, exhaló: vuelve. Como quien deja que su alma vaya tras de ti y se queda sentado, esperando en la estación. Noté como sus palabras se me quedaban tan dentro que casi tiro de la palanca roja que hay en las puertas de los trenes por si alguna vez sucede un momento como este, en que sientes que se te ha quedado el amor atrapado y no puedes avanzar. Fue el casi lo que me hizo avanzar, como siempre, sin mirar atrás. Mientras el mundo se paraba y él no miraba hacia atrás. 


jueves, 1 de marzo de 2018

Le dejé marchar.
Hace ya demasiado tiempo.
Y lo he vuelto a hacer
por el mismo miedo.
Miedo al dolor 
de no saber a qué. 
Miedo a tener miedo. 
A que me tiemblen las piernas de nuevo.
A no saber de ti
cuando las noches se hacen eternas.
Le he vuelto a dejar marchar
porque la soledad es más segura
que este vacío inmenso 
que sé que dejarás
una vez desaparezcas sin más. 
Y yo no pediré ninguna explicación. 
Porque no me pertenecerás.
Y eso es lo que más amaré de ti. 
Que sepas que no te pertenezco
y puedas vivir sin más. 

La libertad. 

domingo, 18 de febrero de 2018


Días como hoy 
pienso en él.
Y es el único instante
en que me siento libre.
Hace tanto tiempo ya
que a penas recuerdo
algún atisbo de su cara.
Es, sin embargo, su mirada 
lo que me mantiene viva.
Soñando que vuelve 
a acariciarme
mientras duermo 
el corazón. 
Y lo recompone 
trozo a trozo,
sin que a penas 
me dé cuenta. 
Provocando huracanes 
al otro lado del océano,
temiendo que algún día 
pueda dejar de amarme.
O aún peor:
que no pueda


volver a verle.


domingo, 28 de enero de 2018

Agárrate fuerte.

Me vio.
Se agarró fuerte a mí,
y me dijo:
¿puedes sostenerme?
No asentí. 
Tampoco me fui. 
Y se quedó ahí,
junto a mí. 
Hasta el final. 

Nunca nos quisimos de verdad.

Fue absurdo pretender amarnos.
Mi yo indomesticable.
Tu vida hecha por azar.
Nunca diste tu brazo a torcer.
Nunca nos quisimos de verdad.
Pretender cambiar
no es amar.
Mucho mejor:
                   dejar ir.
                  Dejar ser
                                de la forma
                          en que uno solo
            quiera
ser.

Te engañé con un futuro
estable, con hijos.
Me engañaste diciendo
que no te de drogarías más.

Empecé sembrando en otro monte
porque tus flores no erguían ante el sol
que yo plantaba cada día.

¿Cómo puedo empezar a amar
si mis manos se mojan en otro mar?
Ya no sé pensar.

¿Qué pretendíamos queriéndonos?
Dime,
por qué quisimos tanto el mar
procediendo nosotros
de áridos montes.

Dime,
¿por qué añoramos
la sal de una lágrima?

Harta.

He vuelto a escribir
en mi cuaderno.
Como si nadie fuera a leerlo.
Lo guardo para mí
y para otros cientos.

Harta de ser la gata
que escapó por la ventana
tu bruja de Cortázar,
la musa de un soneto
aún no escrito.
Harta de pensarte
y no tenerte.
De estos miles de kilómetros
-que ya son días-
que nos separan.
Harta de no contenerme
si estás presente.
Aunque haya alguien más
que ilumine mis días.
Harta de que seas
mis vacaciones
mi cielo
en medio del infierno
que se presenta de pronto.
Harta de esta forma tan mía
de quedarme
-contigo-
cuando siempre estoy huyendo.

Harta de mí
sin ti.

martes, 23 de enero de 2018

No entiendo cómo puedo echarte tanto de menos. Si juntamos todos los días que estuvimos cerca, ¿que serían en total? ¿Unos meses? Creo que eres el único al que mis amigos han podido querer, aunque sólo sea por el hecho de que saben que aún te quiero. Y que nunca dejaré de hacerlo. O quizá sea porque nunca has querido hacerme ningún mal. O quizá por tu Libertad. Esa forma de de dejarme ser yo misma mientras me acunas y me das tu cariño. La seguridad de que no vas a ninguna parte que no sea a mi lado. O cada vez que cuelgo el teléfono y me quedo pensando en tu respiración, que acompaña perfecta al ruido de mis latidos. Solo el hecho de que existas ya hace que recupere la fe. Quizá para mí también haya algo bueno. Quizá no sea hoy cuando vaya a perder la esperanza.
Mientras tanto te (ad) miro en la distancia, esperando que algún día vuelvas, a por el beso que nunca te di.

El último rayo de Sol.

El último rayo de Sol
es verde
como la esperanza,
es lo último que se pierde. 

Di vuelves.

Di vuelves. 
Di siempre. 
Diciembre. 

Me conformo.



Me conformo. Te digo. Ya sabes que con saber que estás bien, me conformo. Y un silencio en forma de sonrisa se dibuja al otro lado. No sé por qué lo sigo haciendo. No sé por qué contigo todo vale. No sé por qué te sigo esperando. No sé por qué estoy aquí sentada un viernes por la noche, a ver si acaso llamas. O incendias. No sé por qué entre mis labios se hace eterno un tal vez, ya no sé por qué. He dejado de escribir. Y tú me lo recuerdas. Y me dices que existe este sueño, que un día haremos realidad. Que no podemos dejar de luchar. Que la luz, de la vida: está ahí, para hacernos amar.

Tengo que olvidarte

Tengo que olvidarme
de que he hablado contigo
de que existe la posibilidad de verte. 
De que aún te quiero. 

sábado, 20 de enero de 2018

Hagamos un trato.

Hagamos un trato.


Llámame por el nombre que tú quieras. 
El que más te guste. 
Quizá el que me hubieras puesto 
si yo hubiera salido de tus entrañas. 

Pero no dejes de llamarme. 

Eso me hace recordar dos cosas: 
                                   que aún sigues aquí y que no has podido olvidarme. 

Creo que el mayor miedo del ser humano, 
                              más que la muerte, es el olvido. 

Miedo a no ser recordado. 
Miedo a no poder volver 
a tejer el camino ya andado. 
Parece que esta enfermedad 
vaya a pasos agigantados. 
O quizá sea que llevo muchos años 
demasiado lejos 
de mí misma.
Cada olvido es un puñal 
de realidad
en el centro de este Universo
que un día creamos. 


jueves, 18 de enero de 2018

Aunque ya sea tarde.

Hoy es tu cumpleaños.
Y me gustaría decirte un te quiero. Hace ya demasiados años. ¿Cuántas vidas vamos a aguantar? Me gustaría decirte que he visto una serie que te va a encantar. Y que he cambiado. Pero esto último no es verdad. Te diría que soy más tolerante con la injusticia, menos yo. Que ya no voy con mi verdad por bandera, porque me doy cuenta de que puedo estar equivocada. Que se me puede querer mejor. Que me he vuelto ordenada. Y que te encantaría conocer mi nueva casa. Pero ni siquiera me he mudado. Y este caos es cada día más inmenso. Me gustaría que me quisieras, de verdad. Me gustaría que quererme fuera un poco más fácil. No haber perdido gente por el camino. No haber dejado nunca de hablarte. Me gustaría no decir nunca más que llevo una eternidad sin abrazarte. Me gustaría poder hablar de ti a cada persona nueva que conozco. Llevarte siempre conmigo, y entenderte a cada instante. Pero hablamos idiomas distintos, tal vez de lenguas ya extintas. Quiero aprenderte, saber expresarme contigo. Pero ya van treinta años, y no lo consigo. Perdóname, de verdad. Perdóname por cada vacío, por cada falta, por cada insensatez, por cada vez que creíste que no te llevaba conmigo. Por no agarrarte de la mano, por no ver tu caída, por no ver que no eras feliz conmigo. De ti aprendí la lección más valiosa, la que más me ha ayudado en la vida. Y es que no siempre, no todo el mundo, puede quererte. Y, a veces, ni siquiera puedes hacer algo para cambiarlo. Pero, aún más importante, aprendí, que no sé querer distinto. Y lo siento. Aunque ya sea tarde.

martes, 16 de enero de 2018

Antes de que me olvides

Antes de que me olvides me gustaría escribirte un poema. Al que siempre volver cuando haga frío, en las noches oscuras de invierno en las que uno parece no saber nada. Y vuelve al calor de un recuerdo. ¿Dónde quedará el calor cuando ya no te quede nada? Estoy sobreviviendo a base de olvido. Supongo que eso hiciste tú. Eso te hizo tu cuerpo. Sobrevivir. No sé por qué, pero a veces nuestro cuerpo se enfrenta a nosotros mismos, y nos hace afrontar nuestros mayores miedos. (Mierda, ya estoy llorando. Seguro que si estuvieras sentada a mi lado, me dirías que dejase eso que me hace llorar. Que la vida es otra cosa. Que aquí estamos para ser feliz. A mí, a la niña del verso triste. Tú nunca te rendiste). Pero ayer se te olvidó mi nombre. El mío. Fue el primero. Y no pude evitar decírtelo. Yo, que sé muy bien que hay que dejar pasar el hecho por alto, me giré y te repetí mi nombre mirándote a los ojos con un no me olvides grabado en la retina. Las miradas y los sentimientos son lo último que se olvidan. De eso sí que sé un rato. Al segundo, recitaste una retahíla de nombres que tenían que ver conmigo, era tu forma de decirme: no te olvido. Y yo sonreí. Y salí de la habitación con el alma rota, pero con una promesa entre los labios. Este no es el poema prometido, ni siquiera tiene pinta de relato, pero aquí va el alma entera, y hecha pedazos.



jueves, 7 de diciembre de 2017

¿Cómo abrazar a un cactus?



Mi madre siempre me ha dicho que para que ocurra la magia hay que creer en ella.
Un día me hicieron tanto daño que dejé de creer. Y me marchité, como una flor.
Ahora soy un pequeño cactus, espinoso y poco abrazable. Lo he sabido gracias a que mi mejor amiga me puso un espejo delante.
Mientras me abrazaba la vi sangrar.
Entonces comencé a creer de nuevo. No tenía nada que perder. Y pensé que así tal como yo estaba nadie podría abrazarme, solo le haría daño. Hoy mientras volaba me acordé del sol. Y pensé que quizá, quién sabe. Quizá haya un sol para mí.
Y he vuelto a casa jugando a la rayuela en la acera. Y parece que tengo algo de calor. ❤️
Por cierto, te he hecho este dibujo. Por si te pierdes. 🌷

Para no olvidar.


LA SENTENCIA*

Esperando
la próxima piedra
vivo
preparada.
Ya me acostumbraré
a hacer de la memoria
un corazón nuevo.
El verano se desnuda
en mi ventana.
Tengo el presagio
de que en un tiempo
quedará vacía.



*Inspirado en la última palabra de cada verso del poema homónimo de Anna Ajmátova. 
Sé exactamente en qué momento se me congeló el corazón. Y por qué. Cuándo me di por vencida. Cuándo me ganó la vida. Lo sé porque sentí un peso enorme en el pecho, como una piedra. Luego el estómago se hizo un nudo, y no volví a amar a nadie más. Fue justo ese día. Cuando la única persona que nunca me había fallado, también falló. Porque las personas fallan, ¿sabes? Y no pude reparar mi error. Ya sé que un corazón de hielo es más fácil de romper, pero no hay nadie que se atreva a entrar en él.
Donde no hay futuro
se construye sobre el pasado.
Tengo miedo de volver a verte. 
(Ha pasado tanto tiempo).
Que ya no seas el mismo.
Y mi amor ya no sea eterno.
O peor, que sigas siendo tú
a sabiendas de que yo ya no soy yo
-después de todo lo vivido-
y no encuentre el infinito en tus pupilas.
Que el halo de tu decepción 
colme mi pena. 
Y sentir la certeza:
el peso del tiempo
desplomándose firme
sobre mí.
‪El último rayo de Sol‬
‪es verde‬
‪como la esperanza,‬
‪es lo último que se pierde.‬

Di vuelves.
Di siempre.
Diciembre.

No entiendo cómo puedo echarte tanto de menos. Si juntamos todos los días que estuvimos cerca, ¿que serían en total? ¿Unos meses? Creo que eres el único al que mis amigos han podido querer, aunque sólo sea por el hecho de que saben que aún te quiero. Y que nunca dejaré de hacerlo. O quizá sea porque nunca has querido hacerme ningún mal. O quizá por tu Libertad. Esa forma de de dejarme ser yo misma mientras me acunas y me das tu cariño. La seguridad de que no vas a ninguna parte que no sea a mi lado. O cada vez que cuelgo el teléfono y me quedo pensando en tu respiración, que acompaña perfecta al ruido de mis latidos. Solo el hecho de que existas ya hace que recupere la fe. Quizá para mí también haya algo bueno. Quizá no sea hoy cuando vaya a perder la esperanza.
Mientras tanto te (ad) miro en la distancia, esperando que algún día vuelvas, a por el beso que nunca te di.

Hoy es siempre todavía.

Después de pasar por un mal momento en la vida, de esos de los de "de esta no salgo", (y saliste), nos castigamos fuertemente por ello. No nos permitimos desear algo más porque tener lo justo ya es lo mejor que nos podría haber pasado. ¿Por qué nos hacemos esto? ¿No deberíamos desear con más ahínco la vida? El miedo nos mantiene atrapados en un confort que creemos nos asegurará no volver a pasar por ese mismo daño. Nos negamos a intentar, a arriesgar. Es tan grande el dolor vivido que no nos deja avanzar por si volvemos a caer. Es el miedo que nos impide poner el otro pie, por si el suelo se vuelve inestable. De nuevo. Por si es peor. Por si esta vez caemos del todo. Por si ya no nos quedan fuerzas. Olvidamos todo lo que fuimos, por lo que podría llegar a ser. Sin recordar que ahora somos más fuertes, más rápidos, más capaces, más nosotros que nunca. Sin recordar que la vida está ahí, dispuesta a que vuelvas a mirarte al espejo y decirle, ¿qué, nos la jugamos de nuevo?
¿Y si vuelve a pasar? Pues bien, si vuelve a pasar te vuelves a levantar con lo ya aprendido. Y yo te preguntaré algo más: ¿y si no vuelve a pasar? ¿y si te lo sigues negando todo? ¿y si por miedo a morir (que al final siempre sucederá) te niegas a vivir? ¿podrías perdonártelo? porque yo no. Así que sal de ahí, de donde quiera que estés metido y juégatela. Pero juégatela del todo. Dile a esa chica o a ese chico, lo mucho que te gusta, o la poca intención que tienes de olvidar lo que no merece ser olvidado. Lucha por el trabajo de tus sueños. Por todo eso que llevas una vida construyendo y no esperes más. Levántate cada día como si fuera el último. Porque tú más que nadie sabe que algún día lo será. (Ya te lo han dicho muchas veces). Coge ese tren que un día perdiste. Bébete la última cerveza que aquella noche no tomaste. Llama a tu madre. ¿Cuántos días llevas sin llamar a tu madre? Di te quiero. Perdona. Perdónales a todos, aunque solo sea por joder. Y vívetelo. Por ti, única y exclusivamente por ti. Y por todos los que un día te agarraron de la mano y te hicieron fuerte. Di gracias. ¿Cuánto tiempo dura esa palabra en tu boca? ¿Dos segundos? Sus efectos son para toda una vida. Así que coge esa vida y haz que sea un para siempre. Porque no vas a tener otra oportunidad.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Tengo miedo de volver a verte. 
(Ha pasado tanto tiempo).
Que ya no seas el mismo.
Y mi amor ya no sea eterno.
O peor, que sigas siendo tú
a sabiendas de que yo ya no soy yo
-después de todo lo vivido-
y no encuentre el infinito en tus pupilas.
Que el halo de tu decepción 
colme mi pena. 
Y sentir la certeza:
el peso del tiempo
desplomándose firme
sobre mí.

domingo, 22 de octubre de 2017



Tengo miedo a la eternidad.

Un día dejé de creer en Dios.
Al tiempo
en el amor.


Después apareciste tú.

E hice del amor un dios.

Y aquí estoy
aterrorizada
por que pueda haber más
de esta vida sideral.

Llévate los días,
que me sobran.
Llévate mi risa
que no vuelve.
Llévate las lágrimas
que ya ahogan.
Y este triste noviembre.

Déjame que termine.
No tengo miedo a la muerte.

viernes, 11 de agosto de 2017

Volver.

Podríamos volver.
Total, 
yo he vuelto a tomar café
y tú has vuelto a fumar. 
Ya hemos demostrado 
que no podemos dejar 
lo que nos mata.

miércoles, 26 de julio de 2017

Una mujer muere ahogada.

Una mujer muere ahogada.
Muere
ahogada.
(Se habrá caído a un río, pienso).
Entro en la noticia.
Resulta
que un hombre ha asesinado
a una mujer, asfixiándola
o ahorcándola. No se sabe bien.
Lo que sí afirman es que ha dejado de vivir.
Como si no fuera culpa de nadie.
Como si no llevásemos las manos
manchadas de sangre.
Como si lo mereciera,
o lo buscara.
Como si se hubiera hecho todo lo posible.
Como si el gobierno la hubiera protegido
hasta el fin.
Como si nosotras
tuviéramos los mismos derechos.
(Qué desfachatez).


Anoche yo volvía a casa
En una mano las llaves
Incrustadas en los dedos
Sobre saliendo las más largas
(Ese era mi arma).
En la otra mano un número marcado
preparado para la llamada.
-Emergencias, ¿dígame?-.
Es todo lo que tengo.

Porque no estamos a salvo.

martes, 13 de junio de 2017

Esta mañana hay una serenidad distinta.
Quietud.
Los pájaros componen
un canto especialmente manso.
Aparece una pequeña brisa
que mece mi pelo,
de derecha a izquierda,
con el movimiento cauteloso
con el que balancea la madre
al niño que nace.
El cielo está gris
pero también podría decir azul.
No sé cómo explicarte.
Mi alma respira.
Hacía tiempo que había perdido el aliento.
A pesar de los dientes, las pesadillas,
y estas ojeras violetas
creo que he perdido un poco el miedo.

jueves, 16 de febrero de 2017

catorce.



Nunca había creído
en los catorce
de febrero.

Y entonces Rimbaud,
y entonces Monet, 
y Víctor Man, 
y Cortázar,
y mi alma blanca
como un lienzo 
aún sin estrenar
comenzó a llenarse de color.



¿Y si

-por primera vez-

no me estoy equivocando?

miércoles, 15 de febrero de 2017

Perdón por olvidarte, amor.





Perdón por olvidarte, amor.

Perdóname. Yo nunca quise.

Perdóname, mi amor.


Tenía la intención
de estar siempre
esperándote. De intentarlo,
una y otra vez,
hasta que por fin,
nos saliese bien.

Mi amor.

Perdóname.

No quería
olvidarte.

Pensaba pasarme la vida
esperando a ver
si un día volvías
a decirme que todo fue un error,
amor.
Que te quedabas conmigo.

Y en esa espera
llegó el vino
los bombones
y algo nuevo para mí:
amor.

Mi vida se ha llenado
de magia
mis días ya no llueven,
No sé
si lo comprendes.

Un huracán arrasó
con tanta fuerza
que me arrebató
el cariño y la intención.

Y ahora ya no sé quererte
ni pensar en ti,
mi amor.
Tu normalidad
se vuelve banal
y lo extraordinario
me trae de vuelta
los sentidos.

Ay, amor.
Cómo desearía
que hubieras sentido conmigo

la magia

de unas velas encendidas
en una mesa tan pequeña
como el hueco que debía haber
entre tú y yo
aquella mañana de invierno.

Ay, amor.
Cómo quise aprender de esta manera
-tan dulce-
a asustar al miedo.

Ay, amor.
Cómo te explico yo ahora
todo este amor.




Hace unos días quise comprar unas flores para la mesa del salón. -Papá, ¡voy a poner unas margaritas!- le dije a mi padre muy emocionada. Mi padre se sonrió y aunque no repitió en voz alta que siempre me olvido de regarlas, me dijo: y, ¿no será mejor que riegues esa tan maravillosa que tienes? La que está ahí a pesar de todo. Verde. Fuerte. La única que ha resistido a ti.- Yo encogí los hombros y seguí deseando mis margaritas. Ahora te he conocido, y he comenzado a regar mi planta verde a diario. Quiero que se quede, ¿sabes? Quiero mimarla. Ya no me gustan las margaritas. A veces me olvido, porque no puedo evitarlo, pero ella aguanta y juraría que la he visto sonreír. Creo que es tu luz. Quizá tu color. Quizá seas tú, que estás y eso es suficiente para seguir con vida.

Por favor:

Quédate.




Por supuesto que necesito de ti.

Necesito que me llames por teléfono cuando quieras.

Sin pedirme permiso.


Te quiero.

Y cuelgues.

Necesito que te recuestes en mis piernas.

Y leerte en alto un pedazo de un libro con el que lloré esta tarde.

Y que me digas qué sientes al escucharlo.

Y decirte por qué me he emocionado.

Necesito que me digas guapo.

Porque a veces me siento muy feo.

Otras no.

Pero las veces que sí.

¡Pues guapo!

Necesito que me comas entero.

Y te lleves con la lengua todo los pensamientos horribles.

Que a veces me hacen temblar.

Necesito sentir que me deseas.

Pero no como a un helado o a Tom Hardy.

Sino que deseas hundirte en mí.

Expandirte y contraerte.

Y dejar un charco después de mirarme.

Necesito que cuides de mí.

Enseñarte la bolita de mi pie.

Y que me la beses y me digas que no es nada.

Necesito que me dejes espacio.

Y que crezcas sin mí.

Admirarte por todo aquello que eres cuando no estoy yo.

Necesito que me abraces de noche.

No tiene que ser toda la noche.

Solo un rato.

Porque los monstruos existen,
porque el paro existe,
porque el dinero existe,
porque la muerte existe,
porque la enfermedad existe,
porque las catástrofes existen,
porque las frustraciones existen,
porque la coliflor existe.

Y luego ya cada uno a lo suyo en su lado.

Necesito que me comas el glande por la mañana.

Y la garganta.

Para arrancarle segundos a la rutina.

Necesito que estés presente.

No buscando algo mejor.

No queriendo estar en otro lugar.

Estar presente.

Necesito que me acompañes.

Porque yo puedo solo.

Pero no quiero poder solo.

No quiero más solo.

Necesito sentir que he amado.

Y que me han amado.

Que he estado en el mundo.

Y el mundo ha estado en mí.

Que aproveché esta oportunidad.

Necesito de intimidad para aguantar en público.

Me dará igual si nunca me regalas nada.

Me dará igual que no te acuerdes del día del cumpleaños de mi hermana.

Me dará igual que te quedes sin batería todo el rato.

Me dará igual que no sepas escribir lavabo.

Me dará igual que te guste el fútbol.

Me dará igual que cantes a Nicky Jam mientras limpias.

Me dará igual si engordas.

Si te quedas calvo.

Si pierdes un diente.

O un dedo.

Pues vaya.

Todos cambiamos, ¿sabes?

Lo único que necesito son dos días contigo.

Y que si se convierten en treinta años.

Genial, oye.

Pero si son dos días.

Joder.

Qué dos días.

Serán.

Y los guardaré dentro.

Con todas las cosas bonitas que me pasaron.

Durante el tiempo que habité el planeta Tierra.



-Roy Galán-

Volver

y que seas tú

viernes, 3 de febrero de 2017

Auxilio. Intento de Novela. Parte I.


Intenté tocar todas las puertas antes de lanzarme al vacío. Llamé primero a amigos, continué gritando auxilio en silencio a los conocidos, vecinos, amigos de amigos. Finalmente, puse todo mi peso sobre los hombros heridos de mis padres. Con su sangre hicieron que mis lágrimas supieran menos amargas. Pero comprendí que aquella no era la salida. Seguí intentándolo con cada persona que había formado parte de mi vida durante los últimos 28 años. Nadie. No quedaba absolutamente nadie. Y cometí el error de culparme por ello. Nunca supe relacionarme con el resto de una forma humana. Siempre fui o todo o nada. Y he ahí mi recompensa. Fue al tiempo que comprendí, que nada podría haber hecho yo para que alguna de esas puertas se abriesen. Vivimos en un mundo tan frenético que los timbres han dejado de sonar. Y nosotros hemos dejado de contestar. Nos lamentamos tiempo después de lo que podríamos haber hecho antes. Nos cargamos ese peso a la espalda y continuamos como si nada. La sonrisa se nos va volviendo mueca insípida. Y el mundo sigue girando.