martes, 6 de noviembre de 2012

Torres más grandes han caído


La pequeña yo que vive dentro de mi mente no deja de darte puñetazos en aquél protuberante pectoral a la vez que lloro como una cría. Puñetazos y patadas que no te hacen absolutamente nada, mientras las lágrimas se clavan en cada hueco de mi ser y me dejan los ojos tremendamente hinchados. Templanza, lo había conseguido. Templanza, paz interior y bienestar. Todo iba fantástico. Pero como la torre de Naipes a pesar de su belleza y de la dificultad con la que está construida puede caer con una simple ráfaga de aire, la tempestad de la incertidumbre de hoy, mezclada con un adiós que no quiero decir, se ha derrumbado y rompo a llorar. Lloro tan profundamente que me doy cuenta que no es el vuelo, que también; que no es el viaje, que también; que no es el hecho de no verles, que también. Lloro todo lo que no me he permitido llorar. Y por un momento, quiero romper el muro que he creado entre tú y yo para no verte, pero sé que no tiene sentido. Así que decido continuar, con el simple sueño en cada coche que oigo que se acerca y para seáis vosotros, tú y la pequeña (el equipo!), que habéis venido a decirme un simple hasta luego...

No hay comentarios:

Publicar un comentario