sábado, 10 de noviembre de 2012

Eternamente en el capítulo equivocado.

Hay quien no soporta la idea de que no tenga ni la más remota noción de lo que quiero hacer. No lo soportan. Unos me ven caprichosa, otros miedosa, otros... prefieren no mirarme. No lo sé. No es lícito, pero es que no lo sé. Camino sin rumbo hacia ninguna parte intentando definir trazos de este borroso destino que llamamos mañana. De entre los que más me quieren, hay quien aconseja que me encierre tres meses en una habitación a meditar y salga cuando ya lo haya decidido. O que me vaya a la India. Hay quien, sin embargo, no quiere que pare de andar ni un sólo segundo. Que camine, por si encuentro una claridad. Y si esa claridad es tan clara que decido coger otro camino por mucho miedo que esto me dé. Lo haga. Pero nada es tan fácil. O no consigo verlo tan fácil. He venido a Italia a comer, luego me iré a la India a rezar y donde quiera que acabe Elizabeth a amar... Y por muy seductora que me parezca esta idea, ni si quiera es justa para los demás. Pienso en volver a casa, trabajar mientras acabo una de las dos carreras, quizá la más fácil, y mientras tanto, meditar y vivir. Estoy cansada de meditar pero no encuentro la respuesta. ¿Me acomodaré finalmente en cualquier destino por no encontrar el camino? ¿Viviré nómada pisando cualquier lugar que me atreva a llamar hogar? Ojalá la vida fuera tan fácil como leerse las últimas páginas de un libro para intuir el final. Y cometemos el error, de que no nos importa el desenlace, pero si algo he descubierto, es que la lectura se vuelve increíblemente intensa cuando se desconoce el final y tan si quiera se puede imaginar, lo mismo sucede aquí. Pero en el camino de la vida, no puedes avanzar un par de páginas para ver si dentro de poco llega el segundo capítulo. Y puedes cansarte, cansarte justo antes de llegar, o lo peor... Quedarte eternamente leyendo el capítulo equivocado.

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