viernes, 23 de noviembre de 2012

Sin nada mejor que hacer.


Despierto exaltada de un sueño aterrador. No sé muy bien si por las fechas que se acercan, por la serie a la que estoy enganchada últimamente, por la mezcla de ambas o por lo maravillosamente retorcida que es la mente humana. Un hospital. Tú y esa moto nueva. Tres mil kilómetros de distancia, nueve horas de viaje, dos autobuses y un avión después, me encuentro perdida allí, saliendo a tu encuentro. Maldita pesadilla. Tres días allí encerrada que se me han hecho eternos. Aún noto como pinchan los trozos de corazón que se han partido en dos. Duele. Duele casi tanto que no puedo respirar. Y yo tan lejos. A veces ni si quiera nos damos cuenta de lo corta que es la vida, de lo lejos que estamos y de lo mal que lo hacemos en determinadas ocasiones. Y otras, nos damos cuenta demasiado pronto. No podemos vivir siempre con miedo, simplemente debemos vivir, tener paciencia, esa es la lección que he aprendido en los últimos años y aún no la sé desarrollar del todo. Paciencia, porque todo llega. Paciencia porque lo que tenga que ser será. Y yo, mientras, decido esperar por si acaso volvieras, por si acaso se te ocurriera asomarte por aquí, que tengas la cama recién hecha, con las sábanas cambiadas. No sé por qué, pero lo quiero así. No por ti, si no por mí. Es una forma egoísta de amarte. Ya ves. Hoy siento que hasta mi olor ha cambiado. Puede que ya no te guste, pero como dije una vez, mientras tanto... No tengo nada mejor que hacer. Simplemente, esperarte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario