martes, 6 de noviembre de 2012

De Princesas...


Recuerdo la última vez que estuve con él. Pedimos un café que supusimos habría, ya que no tuvimos la oportunidad de mirar la carta y no estaba dispuesta a hacerle esperar con la increíble prisa que tenía. Pagué ambos, como se hace en España. Quien tiene, paga. En ese momento, yo tenía, no importaban los cuentos de princesas. Salimos café en mano en busca de un parque donde poder estar con los perrines. Al desatarlos, me dejó en potestad ambos vasos hirviendo y dos sobrecitos de azúcar. Uno en cada mano. Bien calientes. Continuó. Abrió el maletero, metió a las fieras y rodeo el coche y se metió sin más. Había prisa. Yo mientras tanto intentaba hacer equilibrio con ambas tazas, no se fueran a derramar y yo pareciese torpe. Respiré profundamente y decidí deshacerme por un momento de uno de los dos contenedores para abrir la puerta del coche que por supuesto en ningún momento se había planteado abrir a pesar de mi carga. Mantuve la puerta haciendo equilibrio y conseguí entrar en el coche con los dos cafés. Arrancó en seguida sin dar si quiera tiempo a que me pusiera el cinturón. Tenía prisa. Unos metros más adelante, aparcamos y repetí de nuevo el proceso de la experta malabarista sujetando con un pie una puerta y con ambas manos los cafés. Pensé en Luca, justo había estado con él la noche anterior. Vino a buscarme a la puerta de casa, me puso su chaqueta y caminamos despacio. Se adelantó justo al llegar a la puerta del coche, lo que a mi me desconcertó soberanamente y abrió la puerta del copiloto. Pensé que iba a sacar algo que tuviera ahí y que impidiera que me sentase o le resultase embarazoso que yo viese, pero no. Hizo un gesto amable con la mano y con el me invito a sentarme. Esperó a que me acomodase y cerró la puerta. Yo era lo importante. La invitada. La princesa. Así me hizo sentir. No puedo evitar sonreír.

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