miércoles, 30 de enero de 2013

Esa es la maldita diferencia. Ese puñetero momento en el que no llamarías a nadie, no quieres ver a nadie, no quisieras nada, hacer absolutamente nada, salvo escuchar su voz. Su tenue y cálida voz. Ahí en medio de la nada. En medio del todo. Un susurro en medio de una sorda autopista, un ecco en medio de la inmensidad de un océano. Una mirada eterna en un suspiro. Y ahí, es donde reside el amor. Justo es en ese preciso instante, cuando te preguntas qué querrías cuando no quisieras absolutamente nada, cuando se desnuda al fin la pasión.

Es curioso, cuando la apatía me invade los versos se rellenan solos mientras mis dedos juegan con unas pulsaciones instantáneas de mi cabeza. Cuando no quiero a nadie a mi lado, la idea de su sola presencia, me hace estremecer hasta la locura.

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