martes, 4 de diciembre de 2012

Hace frío sin ti, pero se vive.



- Y tú, ¿qué? Hace mucho que no hablas de él.

- Da igual, no es importante.

- ¿Cómo que no es importante?- Contesta Sophie con cara de incredulidad. Su perspicacia siempre consigue robarme las palabras de la boca. Las saca como quiere, a un ritmo lento o rápido, según le convenga. De la misma forma que elige unas compras Navideñas en una página web, sabe en qué botón tocar exactamente para que yo agite mi lengua sin mucho esfuerzo. Ella es así y en el fondo, es lo que más me gusta.

- Pues eso, que ya no es importante. No quiero que lo sea. No he vuelto a saber de él desde hace semanas, eso es lo único que importa de verdad.

- Ya Patricia, pero no puedes vetar sentimientos. No los puedes prohibir. Es bonito sentir, ilusionarse.- Y aquí las palabras mágicas, ya no toca eso, ya la ilusión no puede seguir... Ya es tarde. Todo tiene un final. 

- Hay veces que la racionalidad tiene que vencer, esta vez lo ha hecho. - Digo convencida y siento cómo el corazón se rompe por dentro. Lo noto, lo oigo. Voy a recoger los pedazos y me corto, pero grito en silencio una vez más. Ya no tiene sentido y lo voy a superar, lo sé. Me ato fuerte un paño y aprieto sobre la herida que no deja de sangrar y lo empapa de un plasma rojo que delata mi debilidad. Ella la intuye con sólo un vistazo y sonríe tierna, me abraza en silencio con sus cálidas palabras, quiere hacerme sentir bien. Pero ya no será así, no puede ser. No puedo maltratarme una vez más. Siento que los eritrocitos me oxigenan el cerebro y consigo salir viva, parece que todo se vuelve a recomponer. Debo tener las defensas bajas porque me duele la cabeza y la herida no acaba de cicatrizar, pero como todo... Sólo es cuestión de tiempo y cuidado, mucho cuidado con este frágil corazón.
Aún recuerdo cuando te prometí que no se lo regalaría a cualquiera, maldita sea, no me di cuenta de que ya era tuyo. Maldita ilusa. Hoy trabajo duro. Hoy trabajo fuerte. A veces incluso lo consigo, a veces se me olvida intentarlo, pero el tiempo, el silencio... Va haciendo su trabajo. El de un buen curandero, el tuyo, el suyo, el mío...
A veces, sólo podemos contar con nosotros mismos para lamer nuestras propias heridas, porque la saliva ajena, como sabemos, puede infectar. A veces, sólo hay que esperar.


Y con un rezo inoportuno, estallo en un quejido eterno:

Querido amigo, querido tiempo, no me trates con más crueldad, te lo ruego, déjame olvidar.

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