miércoles, 12 de diciembre de 2012

De los italianos aprendí...



De los italianos aprendí a apreciar la espuma del café y el ácido del limón al probar una gota de licor. Aprendí que un buen helado en pleno invierno puede reconfortar hasta al más caliente de los corazones. Aprendí que un buen café justo después de la cena, hace que la mañana siguiente después de una eterna noche de copas no haya ni rastro de esa horrible sensación de arrepentimiento de la noche anterior. Aprendí que caminar por la calle se dice más bien pasear. Aprendí que una mirada se puede guardar. Aprendí también que un hombre galante no es aquél que te abre la puerta si no el corazón y que no siempre lo que se dice es verdad. Aprendí que a veces, ser bonita puede molestar, que no me gustan las multitudes, ni los mercados, y que me quedo con las grandes personas. Aprendí también que hay distancias cortas que te pueden parecer eternas y distancias kilométricas a las que te transportas en un segundo. Aprendí que los cuentos de hadas son de alguien que creyó en el amor con una imaginación casi tan grande como la mía. Aprendí que las mañanas empiezan a las diez y que los españoles, con su gracia, pueden conseguir prácticamente lo que quieran. Aprendí también que la gente del Sur siempre es más caliente y que hay personas que resisten verdaderamente bien el frío. Aprendí a valorar lo que es tener buenas naranjas, buen aceite y buen jamón. Aprendí que quiero un sitio lleno de color. Aprendí que el arte se puede vivir, se puede masticar, que el arte se puede Ser. También de ellos aprendí a hablar con una preciosa melodía y a discutir bajito pero gesticulando bien fuerte con las manos. Aprendí que la familia está donde tú estés, porque siempre habrá españoles por el mundo, que las conexiones a internet no son siempre buenas y que tal y como se ha dicho siempre, España es un verdadero paraíso y sobre todo aprendí, que siempre volveré.

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