domingo, 28 de octubre de 2012

Déjate querer...


Llego a casa rosa en mano. El beso más dulce que quizá me hayan dado. Mientras una muchedumbre hambrienta de cualquier cosa menos amor y sedienta de cualquier cosa menos de agua , hacía que mi embriaguez caminase hacia ningún lado, me sostuvo la mano y decidió caminar a mi lado, a pesar de mi estado lamentable. Podría haber decidido que algo así mejor no sostenerlo, sin embargo, cogió mi cuello y muy lentamente trató de acercarse y con la impaciencia que a mí me caracteriza decidí no esperar a esos eternos dos centímetros que faltaban de mi cara a la suya y le besé. Y me sostuvo muy lentamente la parte alta de la nuca mientras me hacía sentir segura y repetía que él me protegería. Me parece recordar que una chica rubia me preguntaba de manera obscena si aquello me estaba gustando. Pienso que él era su objetivo de la noche y yo se lo había robado. Minutos antes de sostener mi espina dorsal decidió sorprenderme con una rosa que no entiendo muy bien de dónde obtuvo. Los italianos son así... Horas más tarde aparezco en casa, después de un paseo en coche por Florencia y un beso apasionado de despedida, poniendo la rosa en agua, no se vaya marchitar. Con miedo. Terror. Y orgullo. Y entre sueño y sueño... Él.

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