jueves, 12 de abril de 2012

Que el Señor Te Bendiga.

Casualmente consigo un sitio en esta línea tan saturada. Alguien sin saber por qué lo hace, me indica que allí hay un sitio... Me siento. Dolorida, pensando en mis cosas. Con la cara hinchada por todo lo que he dormido hoy y exceso de maquillaje para intentar taparlo, esto y alguna que otra lágrima. Intento acomodarme y entonces lo veo. Una señora le está diciendo a un chico que sea lo que sea que haya pasado, todo se va a arreglar. Que ella va a rezar por él y que Dios no le va a abandonar en su camino. Le dice que ha encontrado una amiga. Le pide su teléfono y su nombre. Ángel... No podría llamarse de otra manera... Él siente que las lágrimas van a caer. Siente que pierde la batalla. Entonces ella tiene que bajarse. Le desea lo mejor y le dice: Sea lo que sea que haya pasado, rezaré para que tengas fuerzas. Te llamaré. No lo olvido. Y mientras se va, él estalla en llanto, las lágrimas asoman descaradas, desaparecen , se van. Y yo quisiera tener esa fuerza, esa fe de la señora que se va y sentarme a su lado, y darle la mano y decirle, contarle que todo pasa, y que aunque fugazmente, por estos minutos, yo estoy aquí a su lado... Preocupada por él, me encantaría decirle que no le voy a olvidar y que rezaré por él. Y sin embargo... Aquí estoy, a tan sólo unos metros escribiendo sobre lo maravilloso de esta historia, pero sin crear un final aún mejor. Ya veré, puede que lo haga. No. No tendré la oportunidad. Se baja en la siguiente parada. Ciudad de Los Ángeles. Y yo me quedo aquí, camino al infierno tal vez. Tendré que aprender...

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