domingo, 3 de junio de 2012

A ver si me da por pensar.



Lo malo es que las gentes están asustadas de sí mismas hoy en día. Han olvidado el más elevado de todos los deberes: el deber para consigo mismo. Son caritativas, naturalmente. Alimentan al hambriento y visten al pordiosero. Pero dejan morirse de hambre a sus almas, y van desnutridas. El valor nos ha abandonado. Quizá no lo tuvimos nunca, en realidad. El terror de la sociedad, que es la base de la moral; el terror de Dios, que es el secreto de la religión... Estas son las dos cosas que nos gobiernan. Y sin embargo, creo que si un hombre quisiera vivir su vida plena y completamente, si quisiese dar una forma a todo sentimiento suyo, una realidad a todo sueño propio, el mundo ganaría tal empuje de nueva alegría, que olvidaríamos todas las enfermedades medievales para volvernos hacia el ideal griego, a algo más bello y más rico que este ideal quizá. Pero el más valiente de nosotros está asustado de sí mismo. La mutilación del salvaje tiene su trágica supervivencia en la propia negación que corrompe nuestras vidas. Nos vemos castigados por nuestras negociaciones. Cada impulso que intentamos aniquilar germina en la mente y nos envenena. El cuerpo peca primero y se satisface con su pecado porque la acción es un modo de purificación. No nos queda nunca más que el recuerdo de un placer o la voluptuosidad de una pena. El único medio de desembarazarse de una tentación es ceder a ella. Si la resistimos, nuestras almas crecerán enfermizas, deseando las cosas que se han prohibido a sí mismas, y, además, sentirán deseo por lo que unas leyes monstruosas han hecho monstruoso e ilegal. Se ha dicho que los grandes acontecimientos tienen lugar en el cerebro. Es en el cerebro y solamente en él donde tienen lugar asimismo los grandes pecados del mundo. Usted, mister Gray, usted mismo, con su juventud rosa y su adolescencia blanquirrosa, habrá tenido pasiones que le hayan atemorizado, pensamientos que le hayan llenado de terror, días de ensueño y noches de ensueño cuyo simple recuerdo pudiera teñir de vergüenza sus mejillas...


(El retrato de Dorian Gray. Oscar Wilde)

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