sábado, 16 de junio de 2012


Como una fiera decide sin motivo alguno entregarle su alma a un domador que aparece en medio de la escena, decido tumbarme suavemente a tus pies y entregarme. Decirte con la mirada que estoy preparada, que puedes domesticarme. Sin embargo, cual domador aún herido por la última batalla ante una fiera que decidió no estar preparada sin previo aviso, das un latigazo al suelo, asustándome por tanto y haciendo que me lance sobre ti. No te hago daño porque eres tú quién aún posee mi alma. Te aprovechas y decides levantarte de un salto y colocarte en posición de ataque, como si de un animal cualquiera se tratase. Unos minutos de silencio. Te miro a los ojos por si te das cuenta de lo que trato de suplicarte. Tus ojos, llenos de ira y temor por una vida pasada me transmiten inseguridad y antes de que el golpe de tu látigo consiga rozarme, me despido con un rugido que logra asustarte y salgo a correr. Aquí no hay mucho más que hacer, pienso mientras dejo tu lugar mucho más que alejado de mi mundo. Otra vez en camino, otra vez sin necesidad ninguna de ser domesticada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario