jueves, 8 de marzo de 2012

Porque ellas han aprendido a contar historias.



A pesar de la maravillosa descripción que Charles Warnke da sobre la chica que no lee, de las advertencias que hace sobre la chica que lee. Del odio que transmite con sus palabras hacia ella. Te embauca. Decides emprender un viaje hacia el mundo de los sueños con la increíble chica que lee, es más, no te quedas sólo ahí, decides emprender un atrevido viaje con la chica que además escribe. La miras desde lejos ausente, te fascina. Metida entre sus libros, entre su vida. Sus problemas. Cada poro de su piel,  te ilumina tu mirada de chico inocente. La chica que lee es algo supremo, piensas. Y desde lejos, como observador, como lector de una narrativa omnipotente, sueñas con estar en su piel, con vivir esa vida, con meterte en sus letras y en sus canciones. Pero llega ese día, llega el día en que te encuentras con una chica que lee, y te metes en su cabeza, te das cuenta de que no era tan complicado, es que simplemente fue difícil. Te das cuenta de que habla demasiado, que su inteligencia, hace que sobrepase límites que no te gustan. Te das cuenta de que la chica que lee no se conforma, necesita estar enfrascada, rodeada de una fragancia de satisfacción poco común. Y lo peor de todo, te das cuenta de que escribe, y de que es tan llana y transparente que escribe sobre su vida, y ahora tú formas parte de ella, y escribe sobre tí. A todos nos gusta que nos hagan halagos, pero y cuándo llegan los malos momentos, ¿y aquél párrafo en el que Charles Warnke describía como sería capaz de describir el descontento de una vida mal vivida?

Creo que recordar que era aquí....

Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida. 

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza. 

No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. 



Ya te lo advertimos, te dijimos que no salieras con una chica que lee, porque ellas han aprendido a contar historias. Y esta no es nada más que otra. Y la chica que lee no se va a conformar con un prólogo mal redactado. Ella quiere un comienzo, un desenlace y un final. La chica que lee no perdona ni olvida, la chica que lee no tiene paciencia, pues necesita comenzar de nuevo. Te lo dije. Se lo dije. Nos lo dije. No era recomendable.

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