martes, 6 de marzo de 2012



Metro de Madrid. Línea 3, amarilla, dirección Moncloa. A pesar de que me apetece horrores leer, me niego a hacerlo porque mi vista está extremadamente resentida. A ratos cierro los ojos, a ratos los abro y contemplo. Una parada. Otra más. Tengo ganas de llegar a casa. Se abren las puertas. Justo en frente de mí se sienta una niña con los ojos llenos de ilusión. Trae en la mano una flor y en la otra una hoja color rojo granate y en forma de corazón. Tararea una canción y se mueve sutilmente al compás de la música en su cabeza. A su lado se encuentra sentado un hombre de altura media, piel mestiza y un cansancio palpable con solo mirarle. La niña sigue bailando y le mira. Él la mira. Ella, imagino que con ganas de dibujar una sonrisa en su cara, le ofrece la hoja con forma de corazón. Él la mira desconcertado y ella se la vuelve a ofrecer. Él niega con la cabeza y ella se pone algo triste. Pero sigue con la música en su cabeza. Cuando me quiero dar cuenta está partiendo la hoja por la mitad y haciendo añicos una de las mitades... -¡Dios mío! ¿Por qué hace eso?-Me pregunto...- ¡Es su hoja!- Cuando termina de destrozar aquella mitad que el hombre de altura media ha rechazado sin saber bien lo que hacia, coge la otra mitad, la arregla bien, quitando los trozos que le sobran y al ritmo de la canción se la vuelve a ofrecer. Él vuelve a decir que no. -Maldito hijo de puta-, pienso... Ella, desconcertada, persiste en el intento de que aquel extraño ser de altura media le coja la mitad de su hoja con forma de corazón. No es perfecta, ni si quiera es un corazón de verdad... Pero se la está entregando. Él decide ignorarla y la niña, confundida opta por destrozar la última mitad sana de la hoja que le quedaba. Se ensaña con ella, la rompe en mil pedazos y la tira por el suelo. Sin darse cuenta, a la vez se sienta encima de su flor y la destroza también. Todo roto. Todo roto por culpa de un hombre incapaz de sentir un poco de ternura. Todo roto por alguien incapaz de sentir amor. Todo roto y ella confusa. Llegan a su parada. La madre se da cuenta de la situación y la regaña fuertemente por el destrozo provocado. Ahí la tienes. Una niña destrozada por el rechazo de un desconocido, por la pérdida de su hoja en forma de corazón y por la perdida de su flor blanca, y ahora además, se siente culpable. No me queda más remedio que romper a llorar ante el asombro del resto de pasajeros que viajan en el mismo vagón. Es triste. Tan triste, que vuelvo a llorar.

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