miércoles, 21 de marzo de 2012

Ay Dios mío! Pero tú trabajas?

La oigo y me entran ganas de llorar. Una señora, de mediana edad, pelo castaño y delgadez preocupante comienza a hablar de algo. Propone una solución, ya que no tiene dinero y no ve justo que la gente se lo dé, sugiere que le den comida o un número de teléfono para contactar y que le den ropa usada para sus hijos. Se la ve preocupada, con cierta vergüenza por estar pidiendo en el tren. Seguro que ella no se imaginaba en esta situación antes de que le sucediera. Sabe que la gente llega cansada después de toda una jornada de trabajo y no quiere escuchar, no quiere esforzarse, sin embargo esa timidez, mezclada con una enorme sinceridad y falta de deseo de molestar hacen que todos los pasajeros del tren cambiemos nuestra vista despistada, centrada en nuestros problemas, ínfimos o no a su lado, y nos enfoquemos en ella. Casi llega a la siguiente parada y una chica inquieta por si no la puede ayudar después, intenta abordarla, se lo agradece y le dice que tranquila, que no hay prisa... Mientras sigue hablando la gente no puede evitar mostrar el deseo de ayudarla. Se acerca una chica muy joven y le da una cantidad que no logro adivinar y entonces... Ella se lleva las manos a la cabeza y dice... -Ay Dios mío! Pero tú trabajas?- y todos nos sonreímos... Y por un momento ha hecho que se nos ablande el corazón, que pensemos que no todo es tan importante y que se acreciente nuestra fe, en que la gente, es simplemente maravillosa.

Hoy vuelvo a casa feliz, después de todo...

2 comentarios:

  1. La piel de gallina... ¡Joder! ¡Que bueno ser conscientes de que todavía existe gente jodidamente genial!

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