La felicidad existe.

Sentada en una pequeña mesita junto a una columna blanca. En una silla de madera desgastada. Tengo a mi derecha un pequeño taburete blanco que sostiene el maletín de mi ordenador. Hace frío. Me duele un poco la cabeza, de toda la paliza de estos días...  Pero disfruto del momento como hacía tiempo que no lo hacía. En esta misma calle, sólo algo más abajo, antes de llegar al Museo Reina Sofía y frente al Real Conservatorio de Música, un soñador, como yo... se atrevió a escribir un mensaje esperanzador: La felicidad existe. Lo veo cada mañana cuando bajo hacia la estación de Atocha para ir a la Universidad o cuando salgo con Dan a pasear. No puedo evitar esbozar una maravillosa sonrisa cada vez que paso por delante, y bajito me digo... Es verdad.  ¡Cuantísimo tiempo hacía que no me sentía realmente feliz! En el fondo eso, me permite apreciarlo un poquito más...

Ocurrió como ocurren las cosas buenas, sin esperarlo, sin pensarlo, simplemente ocurrió. Decidí irme y me marché. Tras un largo día caminando por la Capital española, encontré el sitio perfecto para mí. Con unos vecinos maravillosos, que igual que ocurría en mi casa cuando yo era pequeña, dejan su puerta abierta por si quieres pasar... Paseo por los jardines del Prado, paso por el Jardín Botánico y me adentro en el Retiro... El Retiro... Y tras un largo caminar, Cibeles, y estoy en la Gran Vía, paso por Sol, y en algo más de cinco minutos llego a mi casa de nuevo. Maravilloso, simplemente... Maravilloso! Lo que había estado soñando durante todos estos años y no me había atrevido a realizar, todavía no sé por qué. Ahora, lo único que espero es seguirme emocionando cada mañana, cada vez que salga de casa, todo el tiempo que me quede aquí... que nadie se lleve esta sensación, que nada se la lleve.

Vuelvo a casa, que empieza a hacer frío y echo de menos a Dan.