domingo, 3 de febrero de 2013

Me niego a dejar de creer.


Suenan de fondo The Beatles. Sophie está inquieta. Recorre la casa agitada. No sabe qué hacer. No es consciente de lo bien que lo está haciendo. Doy gracias al cielo por tenerla, a ella y a mi pequeña florecilla que espera impaciente al otro lado de la línea telefónica mientras me oye sollozar.

Let it be, dice una voz dulce. Habla de cuando los corazones rotos se encuentren y sobre María y las respuestas y la vida... Es mi canción favorita. Sé que siempre habrá una respuesta aunque hoy no la halle, aunque hoy la vida me pese. Siempre la hay.

Estoy rodeada de su esencia y duele mirar a mi alrededor. Lo bueno, es que es todo lo que yo he creado. No es su olor verdadero. Es un personaje ficticio que llevo cinco meses alimentando. Sonrío... Hoy soñé con él. Casualmente hoy soñé con él. Qué zorra puede ser la vida a veces. Soñé que despertaba, bajaba las escaleras de mi casa confusa, por la mañana... Me dirigía hacia la Universidad y ahí estaba. Todo empapelado. Todas y cada una de las paredes empapeladas con la fotocopia de una sola frase. La última página del libro que con mi puño y letra escribí. La página cientodiecinueve:

"He perdido la cabeza para encontrar el corazón".

Y soñé que había venido a buscarme. Que al fin lo había comprendido.
Entonces, alguien, desde el cielo, o donde quiera que esté ese alguien, me ha echado una mano y me ha bajado un poco al suelo. Al fin lo he visto. Y al fin, puedo escribir.

Miro a mi alrededor, cuadernos enteros escritos con versos que hablan de mi amor... Mi primera reacción ha sido pensar en quemarlo todo, tirarlo por la ventana, romper las hojas en pedacitos tan pequeños que no se puedan ver... Sin embargo, decido serenarme y sonreír. Sonreír ante la imagen de una niña enamorada, perdida, escribiendo cartas de amor, poemas y soñando con un príncipe encantado. En el fondo, es bonito, no tengo por qué renegar de ello. Pero es cierto que se me revuelve el estómago al pensar en la maldita sociedad y en que no sirve de nada amar sin medida, que, de hecho, es totalmente contraproducente. Lo es. El problema, es que no suelo vivir en la tierra, si no allá en las nubes, bien alto. Y la caída... ha sido jodidamente dolorosa. ¿Lo bueno? Es que estoy rodeada de gente, capaz de curarme con sus manos mis heridas, quizá esa sea la recompensa de una entrega tan completa... Duele, pero hay personas que están dispuestas a esperarte justo debajo por si acaso un día caes. Merece la pena. No me voy a rendir. Me niego a dejar de creer.

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