jueves, 16 de julio de 2015

Salimos como leones, en busca de un pedazo de carne que llevarnos a la boca. Y volvemos intentando ahogar nuestras heridas en alcohol de quemar los recuerdos. Cuando de niños caíamos, una friega de alcohol de noventa grados solía curar hasta el golpe más duro. Pero, ¿y ahora? ¿qué clase de ajenjo vamos a tomar para paliar esta certeza de que no hay nadie que nos llene el hueco vacío de la cama? Ni el de la vida, ¿de que no existe nadie que nos interese lo suficiente como para detener nuestro tren y llevarle de compañero de asiento en el viaje de nuestros días? ¿que ni siquiera existe alguien a quien podamos amar mientras le follamos salvajemente? ¿alguien con quien eso de aburrirse suene absurdo, alguien con quien bailar y reír por las mañanas, y con el que lo ordinario resulte mágico y lo extraordinario sea pura rutina, como en 'Cien años de soledad', pero sin soledad. Que solo sean cien años, y que nos parezcan pocos. ¿Cómo coño vamos a saciar este hambre eterna de amor, si salimos y solo encontramos ríos de agua, que ni siquiera es potable?

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