miércoles, 1 de julio de 2015

él.

Creo que nunca os he hablado de él. Es tan guapo que cada vez que le miro me estallan los ojos, me hacen chiribitas, salen estrellas, ocurre el Big Bang, y mil supernovas a la vez, y de ellas nace un firmamento lleno de luz, y me muerdo el labio hasta que se me deshace de tanto quererle. Es mi alma gemela. Eso que crees que no existe, que nunca puede ocurrirte, que es un invento de Hollywood porque es demasiado bonito para ser verdad. Pues eso es él. Eso es un nosotros. Si alguna vez lo hubo. Le conocí cuando todo era arena y desierto en mi vida, cuando tenía que subir mil escaleras para conseguir cualquier propósito, y cuando el fango me cubría hasta las rodillas. Fueron pasando los días, y el desierto se convirtió en sonrisa, en magia, y en una ciudad preciosa por donde caminar escondidos de la mano. El primer polvo fue en un parque, pero de fondo había toda una humanidad de piedra y el morbo de ser descubiertos que, sin duda, lo convirtió en el mejor polvo de mi vida. Creía conocerle desde siempre, porque 'siempre' nunca me pareció demasiado cuando estaba a su lado. Si alguna vez había deseado a alguien con quien compartirme, era él. Nada más. Ni nada menos. Él. Le quería por entero, con sus excusas, sus miedos, sus inseguridades, y sus peros. Y lo mejor, él a mí también. Nunca, y repito, nunca, intentó cambiar un solo pelo de mi melena libre. Y nunca, he vuelto a sentirme así con nadie. Supongo, que al final todos encontramos alguna imitación barata del amor, esa mitad con la que compartimos gustos, aficiones, tiempo, y que nos llena un poco. Nos llena la mayor parte del tiempo, pero siempre tenemos un vacío. El vacío que nos recuerda la crisis de los 30, de los 40, de los 50... y así, hasta la muerte. Porque sí, estamos bien. Pero no lo hemos encontrado, o si en algún punto lo encontramos, como me pasó con él, lo dejamos ir. Simplemente porque no era el momento, no era fácil, no era posible. O ese millón de excusas que nos pone el miedo, cuando se planta delante de su gran enemiga la felicidad. Y nos invade, y nos vence. Porque el miedo es un gran cabrón que conoce de sobra nuestra debilidad, y la felicidad es ingenua y no puede con él. Maldita envidia que domina al miedo. Maldito miedo que corrompe mi felicidad. Y eso fue él, un momento imperfecto, un millón de excusas, un 'quiero ser libre, cuando no me daba cuenta de que mi única libertad ocurrió contigo'.





Fotografía: James Dean. 


                                           

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