sábado, 4 de julio de 2015

La araña.



Cada mañana sales de mi cama

con un nombre distinto, pero yo te sigo
llorando igual. Lloro al vacío que dejas,
                          a las tardes de domingo
sin columpios
y a las mañanas sin bailes y sin café.
A la risa que te provocan mis manos
entre tus piernas cuando tienes las tuyas llenas de jabón
en la cocina, a la fiesta de comida cuando llegas del mercado
y boca a boca, no nos dejamos ni la piel.
Lloro al vacío que hay entre tu cuerpo
                                                           y el siguiente,
porque cuando tú te vas, nadie
se queda a abrazarme los viernes, ni a beberme los sábados,
y los domingos sin tus dedos, yo no sé volar.
Los lunes, ya no he vuelto a la oficina porque los tacones
duelen demasiado si no me paseo antes por tu espalda,
además creo que me han despedido. Pero ellos no saben
que yo quiero dedicar mi vida a follarte
para poder después escribirlo.
Que no hay nada que me pueda atar,
si no son tus manos a la cama. Que nadie me puede
controlar, si no eres tú quien está encima.
Pero te cuento que me voy a mudar a otro planeta,
que voy a empezar a fumar y que me voy a hacer poeta,
y solo te ríes mientras te atrapo para siempre con mi sonrisa
y mis pies se entrelazan en tu abdomen. Y dices
que te vienes conmigo, que lo dejas todo,
y yo me asusto. Pero imagino las tardes de domingo
y las sonrisas eternas en el sofá y te digo sí,
quiero.
Y ante mi afirmativa, tú
te asustas y te vas,
y aún no has vuelto a llamar.
Y por mi cama, siguen pasando gemidos
y sonrisas a partes iguales,
pero yo sigo pensando en el vacío que me han dejado
tus besos, y en que no los llenan siete (ni cien)
como tú, cada semana.



Fotografía: 'La araña del amor'. Henri Cartier-Bresson. . México, 1934. 

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