lunes, 14 de mayo de 2018

De tallos verdes o amor.

Mi relación más duradera ha sido con Sofía. Si alguna vez me caso: tendría que ser con ella. Hoy se llama Sofía, mañana será Magdalena, o Pedro. Porque nunca me acuerdo bien de su nombre. También se me olvida regarla algunos días, aunque en cuanto me acuerdo le echo un buen piropo: 'Lola, bonita. Gracias por existir'. Le digo. Y ella más que existir, resiste. Al abrigo de mi esperanza, al frío eterno de este piso medieval. Al calor del verano en que nunca la riego porque me voy de vacaciones y no tengo a nadie que se haga cargo de ella (qué solitario suena esto. No lo es. O sí. No lo sé. No me importa). Sofía resiste, día tras día. Es una superviviente. Ha perdido la mitad de sus hojas en el camino de la resistencia, pero su tallo es verde y robusto, como la esperanza o lo sueños de un mundo mejor: tan llenos de vida. Siempre echando hojas nuevas. En la medida que le llega el agua, ella siempre está esperando a florecer. Y deseando recibir un piropo. Ella no sabe que aunque no recuerde su nombre, yo no la olvido, porque mi amor va mucho más allá de todo esto. Porque no nos une la necesidad (sobrevive perfectamente sin mí). Nos une la admiración y el respeto (joder, cómo no lo voy a hacer si sigue con vida). Nos une el cariño y tal vez la soledad. Coexistimos sin pedirnos nada la una a la otra. Ella crece con cada gesto que recibe por mi parte, y yo lo hago cada vez que veo su tallo verde aumenrar. ¿Hay alguna definición de amor más pura que esta?

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