martes, 15 de octubre de 2013

De Laura y Otras Muertes







A Laura le gustaba el café excesivamente cargado. Se quedaba aguardando en la cocina mientras se hacía, con la misma necesidad que se espera un taxi después de una larga fiesta. Luego toda la piel le olía a café y a mí me bastaba con lamerle el cuello para que se me quitara el sueño. Hablaba, hablaba todo el tiempo, a veces tanto, que incluso se le olvidaba algo que decir. De hecho cuando ella se fue, cuando me dejó en el más absoluto de los vacíos lo que yo más echaba de menos era su voz. Ni su boca de fresa, ni su culo de atleta, ni sus manos de nube, tampoco su sonrisa de princesa disney, ni sus tetas de algodón de azúcar, ni su coño de océano. Lo que echaba de menos era su nombre en mi boca, sus gemidos en las esquinas del techo, su cantar en la ducha. Su grito de ira, sus palabras inventadas, su verbo deslizándose bajo mi lengua, sus adjetivos apretándome la garganta, sus absurdos diminutivos endulzando cada poro de mi piel. Nadie jamás me ha llamado como ella, nunca en la vida he vuelto a ser tan yo como lo era entre sus labios.


-Ernesto Pérez Vallejo-

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