viernes, 9 de agosto de 2013

Dame tus imperfecciones, con ellas me conformo.



Vuelvo a casa. Es tarde y me empapo de la magia que irradian los alzamientos medievales en plena madrugada del mes de Agosto. Me acuerdo de ti. Ojalá estuvieras aquí. Ojalá fuera tu mano la que va cogida a mi cintura en este momento. Pero no, no es así, se desvanece tu figura y siento que estoy perdida. Te oigo sonreír mientras te cuento que me he perdido, no he de explicarlo, porque tú ya sabes que yo siempre me pierdo... Y te quedas mirándome, absorto en algo que no consigo entender. Resbalan lágrimas de soledad por mis mejillas y pienso que no querrías verme en ese momento, se enciende una luz y veo mi reflejo y mis ojos enrojecidos por el lagrimal, siento cómo tu mirada se clava en mi conciencia, repitiéndome que aún así me quieres más. Continúo. Sigo perdida y siento el frío en mi piel. Ya, ya oigo ruido, mi mente se calma y se excita a la vez por si acaso pudiera encontrarte. No sucede. Nunca sucede. Así que llego a casa, por fin, está él y me besa apasionadamente. Dejo todo encima de la cama y subo a mirar las estrellas. Pienso en ti. Te encantaría estar allí. He subido a respirar. Hemos subido. A Dan le da miedo, como de costumbre, pero quiere hacerlo. Y yo... Yo llevo un vestido, largo hasta los pies y tropiezo con alguna teja, siento tu mano y tu sonrisa al subir hasta ese tejado, una de tus locas y perfectas ideas, como siempre, como todo, como tú. Te echo de menos. Ojalá estuvieras esta noche aquí en mi tejado, las estrellas me miran y siento la soledad en cada poro de mi piel. Rompo a llorar. Es hora de bajar. A Dan le aterra pero lo consigue, estamos vivos, vivos pero sin ti. Vivos pero sin ella. Os echamos de menos. Yo lo hago, al menos. Tu frase me revienta los tímpanos al escuchar que prefieres así de cualquier modo... y al saber que hoy no te tengo de ninguno.



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