sábado, 3 de agosto de 2013

Creí que mi padre era Dios.




No, nadie nos ha enseñado a ser padres, eso es cierto. Pero tampoco nos enseñaron a ser hijos, ni si quiera hermanos. Creemos que hay unas pautas marcadas que seguir que son las que te marcan las necesidades como especie. No llego al fruto del árbol y papá o mamá lo consiguen porque son más altos. Tengo frío, mamá y papá consiguen arroparme. Hay tormenta y me protejo entre su regazo. Pero... ¿y fuera de esta etapa que recordamos como entre sueños? ¿Qué hay más allá de esta? Pues bien, lo que jamás nos han enseñado es que más allá de padre o hermano, somos personas. Personas que cometen errores, uno tras otro. Porque como humanos, somos seres imperfectos. Tomamos decisiones incorrectas y caminos equivocados, pero esto no cambia el hecho de que seguimos unidos por un hilo sanguíneo y sobre todo por el amor. Aún así, nos obcecamos en que papá, nunca puede equivocarse porque él es papá. No hay otra razón. Mamá no pudo hacer eso, porque es mi madre. Nos cuesta entender hasta el hecho de que un día caerán enfermos y los papeles cambiarán. Hay quien tarda tanto en comprenderlo, que no lo puede soportar. Tenemos tan metido el ideal de familia bien encajada y estructurada, que no nos damos cuenta de que antes que otra cosa fueron personas, con sus defectos y sus virtudes. Y es absurdo, pero a veces, comprendemos mejor la situación de alguien que no tiene nada que ver con nosotros que de aquel que nos dio la vida. Irónico, ¿verdad?. Pero yo no dejo de pensar en el título de aquel libro de Paul Auster que aún no he leído: "Creí que mi padre era Dios". Y como tal, como ser perfecto, no permitimos que dé ningún paso en falso. Pero... queridos amigos, he aquí la verdad. Si hay Dios, no es carnal, no es imperfecto, no es humano, ni terrenal... aquel cuentan que ya murió por todos nosotros. No me gustaría que mis padres o hermanos tuvieran que morir por mi.  Por tanto, hemos de aceptar, que además de miembros de una familia imperfecta son personas, personas que un día necesitarán de toda ayuda y apoyo, y aquel día... lo tendrán. Porque, como bien decía el principito: a las personas no hemos de entenderlas, si no amarlas.

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