jueves, 2 de febrero de 2017

Hemos vuelto.

Hemos vuelto.
Mi padre cree que es un error. Y, para serte sincera, yo también. Pero qué es el error si no un amor. Perdón, quiero decir: que es el amor si no un continuo error. Perdón. Me paso el día pidiendo perdón por errores que no he cometido. Un día, de aquellos, en los que aún hablábamos, llegamos a la conclusión de que el amor es cambiar tus líneas rojas por naranjas. Líneas rojas. ¿Cuáles eran tus líneas rojas? ¿Las cambiaste a naranja alguna vez? ¿Tornaron en cierto momento a amarillo? Quizá no soportabas esa forma mía de apretar el limón, y lo cambiaste a un simple: no lo hagas así. O quizá era el desastre de mi vida y de mi cabeza. Tal vez dijiste que nunca estarías con alguien incapaz de planear el futuro. Nunca lo supe. Y supongo que nunca lo sabré. Hemos decidido dejas atrás el pasado. Pero, ¿eso es posible? Yo sigo tomando café, salpicando cuando aprieto el limón, y vaciando el tubo de pasta de dientes por el medio. Sigo siendo huracán. Y tú sigues fumando a escondidas. ¿Por qué queremos cambiarnos? ¿Por qué no huimos para siempre? ¿Por qué sigo estando tan enamorada como el primer día que te vi en aquella sala blanca, como una luz, la de mi salvación? ¿Por qué no dejo a nadie entrar en mi vida? ¿Por qué sigo teniendo la hendidura de tu cuerpo en mi sofá? ¿Por qué no consigo sacarte de mis versos?



(Fotografía: Elliot Erwitt)

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