martes, 27 de noviembre de 2012



Recuerdo aquella noche. Recuerdo como azotaba el corazón de la misma manera que lo hace ahora cuando la memoria aprieta. ¡Dios! Cómo duele el recuerdo... Hablamos. La sensibilidad afloraba ya por lo cerca que estaba la despedida, por lo intensa que estaba siendo aquella historia. La conversación pasó a ser una discusión y la discusión pasó a ser una disputa seria y equivocada. Hablamos en un tono frío y él concluyó con algo a lo que yo tan si quiera supe qué responder. Me quedé ahí, paralizada, con el espíritu a punto de estallar, mirando impasible la televisión porque era lo más inteligente que se me ocurría en aquel momento, de hecho era lo único que se me ocurría. Nervios. Miedo. Procuraba no respirar muy fuerte, no le fuera a molestar mi sola presencia. Inseguridad. Dolor. No quería estar allí, pero mucho menos irme lejos. Era la primera vez en varios años que mantenía una conversación distorsionada con alguien que me importase lo suficiente como para hacerme temblar.
En mi mente, otro tiempo pasado. Otra persona. Otra vida. Apareció él, aquél que se llevo mi yo misma consigo, insultándome, desgarrándome con su mirada penetrante, su mirada de decepción. Me volví pequeña, creo que por un momento desaparecí de la habitación. No estaba allí.
De repente, una mano tierna a pesar de su textura algo áspera por el oficio y poco cuidado de sí mismo, me rozó el brazo que sujetaba desesperadamente mi cabeza a la búsqueda de una solución. Me agarró suavemente y me invitó a desafiar aquella mirada que llevaba varios minutos evitando por no encontrar frialdad y desaprobación en ella. Al volver la cara, le vi, estaba tan consternado como yo y no  podía verme sufrir, miré sus ojos y sentí su calor. Me agarró fuerte contra su pecho y aprecié el latir de su corazón, casi tan fuerte como el mío, con miedo, con dolor y con amor. Y así me quedé, refugiada en un suave y paternal regazo entre aquellos brazos que consiguieron, a pesar de todo, calmar mi temor. Lágrimas corrían desgarradoras por mis mejillas, nunca supo por qué.

No hay comentarios:

Publicar un comentario