Los días se consumen eternos entre estas lóbregas aunque cálidad paredes. La felicidad se antoja infinita a pesar del tenue color que adquieren las formas, a pesar del sosegado ritmo de la ciudad. A pesar no, gracias a ello. No puedo evitarlo, el frenesí literario inunda mis sentidos hasta abandonar la decencia de la obligación que aldabea persistente en mi cabeza.
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